Cómo afectan las tormentas solares

En los últimos días de noviembre, el sol desató una furia impresionante que capturó la atención mundial. Se provocaron espectaculares auroras boreales visibles en lugares inesperados como Florida y México, que generaron alertas sobre posibles disrupciones tecnológicas.

Salud y Bienestar17/11/2025 Prof. Anabella Lucione
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En noviembre hubo erupciones masivas del Sol. Fueron las más intensas durante la última década.

En los últimos días de noviembre, el sol desató una furia impresionante que capturó la atención mundial. Tormentas solares intensas, impulsadas por erupciones masivas de energía, provocaron espectaculares auroras boreales visibles en lugares inesperados como Florida y México, mientras generan alertas sobre posibles disrupciones tecnológicas. 

Estos eventos no son solo un show visual; representan un recordatorio de nuestra vulnerabilidad ante la actividad solar. 

Las tormentas solares, también conocidas como eyecciones de masa coronal (CME, por sus siglas en inglés) o tormentas geomagnéticas, ocurren cuando el Sol libera enormes cantidades de partículas cargadas y radiación hacia el espacio. 

Estas erupciones interactúan con el campo magnético de la Tierra, generando tormentas geomagnéticas que pueden clasificarse en una escala de G1 (menor) a G5 (extrema).

El ciclo solar actual, que alcanzó su máximo en 2024 y se extiende hasta finales de 2025, fue uno de los más intensos en décadas. En noviembre, la región activa AR4274 (o NOAA 14274) en la superficie solar fue la protagonista. 

El 9 de noviembre, un destello solar X1.7; el 10, un X1.2; y el 11, un impresionante X5.1 –el más potente de 2025 hasta la fecha– han liberado CMEs que viajan a velocidades de hasta 1.500 km/s. Estos “cannibal CMEs” (donde uno más rápido engulle a otro anterior) han impactado la Tierra, elevando las condiciones a G3 (fuerte) y G4 (severa), con potencial para G5 (extrema). 

El Centro de Predicción del Clima Espacial de la NOAA  emitió alertas de tormenta geomagnética G4 para el 12 y 13 de noviembre, lo que  resultó en auroras visibles desde el norte de Europa hasta el sur de Estados Unidos. La última tormenta G2 se registró el 8 de noviembre, y la actividad solar se mantiene elevada: 99% de probabilidad de destellos 85% M y 55% X. Eventos similares en mayo de 2024 y octubre de ese año fueron superados por esta ráfaga, recordando la tormenta de Carrington de 1859, que incendió líneas telegráficas.

Aunque las tormentas solares no representan un peligro directo para la salud humana en la superficie terrestre –gracias a la atmósfera y el campo magnético que actúan como escudos–, sus efectos en la infraestructura tecnológica son profundos y pueden alterar la vida cotidiana de millones.

Las partículas solares inducen corrientes geomagnéticamente en líneas de transmisión, sobrecargando transformadores. En 1989, una tormenta similar dejó a Quebec sin luz por horas; en 2003, Suecia y Sudáfrica sufrieron daños masivos. En esta ola de noviembre, operadores en el Reino Unido y EE.UU. monitorean de cerca, con riesgos de fluctuaciones de voltaje.

Las tormentas causan apagones de radio (como los reportados en África y Europa el lunes pasado) y errores en el posicionamiento satelital. 

Aviones y vuelos comerciales pueden enfrentar retrasos, como se vio en estudios recientes sobre interrupciones en el tráfico aéreo.

Satélites en órbita baja sufren arrastre atmosférico, y astronautas en misiones como la de la NASA enfrentan radiación elevada. Blue Origin pospuso el lanzamiento de su nave ESCAPADE debido a estos riesgos, y la ESA reporta impactos potenciales en sistemas de navegación.

Estas disrupciones no solo afectan economías –pérdidas por hora de blackout pueden ascender a miles de millones–; también generan estrés indirecto en la sociedad, desde interrupciones en el transporte hasta fallos en servicios de emergencia.

La buena noticia es que, para personas en la superficie, las tormentas solares no causan daños físicos directos. La NASA, y expertos como Dale Gary de la Universidad de Nueva Jersey, enfatizan que la radiación de alta energía se absorbe en la atmósfera, protegiendo a la humanidad de envenenamiento por radiación o efectos letales. 

No hay riesgo de “tormentas mortales” como en la ficción científica. Sin embargo, hay matices en la investigación sobre impactos indirectos y sutiles.

Estudios en heliobiología sugieren un correlato entre tormentas geomagnéticas y aumentos en infartos miocárdicos (hasta 19% más) y mortalidad cardiovascular, posiblemente por variaciones en la frecuencia cardíaca y ritmos circadianos. En Minnesota, años de alta actividad solar se asociaron con un 5% más de muertes cardíacas.

Además, las tormentas alteran las resonancias de Schumann –frecuencias electromagnéticas de la Tierra– que podrían influir en el sueño y la producción de melatonina, exacerbando fatiga en personas con enfermedades crónicas.

Investigaciones preliminares indican que las fluctuaciones geomagnéticas podrían sincronizarse con campos magnéticos del corazón y cerebro, causando irritabilidad, ansiedad o cambios de humor. Aun así, durante eventos como los de noviembre, es prudente monitorear el bienestar, especialmente en grupos sensibles.

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