
Desconectado de la realidad
El sábado, Axel Kicillof participó de la marcha LGBT. Fue un día después del asesinato de Lucas Aguilar, un laburante que unas horas antes había reclamado por la inseguridad en el partido de Moreno. Ahí mismo, donde el primer día de febrero, mientras el gobernador se corporizaba en un carancho político, hubo otros dos muertos –presuntamente en una disputa narco– en Trujui, a 10 kilómetros donde Luis Benítez –con un historial delictivo de 19 años– terminó con la vida del joven repartidor de Rappi.
Esa misma noche, un ex policía que iba a una fiesta con su esposa tuvo que defenderse para evitar que un motochorro de 19 años lo ajusticiara. Fue acá nomás, en la Ruta 205.
A las 24 horas de que Kicillof se mostró en la movilización de lesbianas, gays, bisexuales y trans, dos adolescentes, Paloma y Josué, aparecieron brutalmente masacrados en un descampado de Florencio Varela.
El lunes, otro malnacido acribilló a Cristian Velázquez, 50 años, kioskero de Mar del Plata. El martes, otra vez en Ingeniero Budge, un policía que trabajaba de chófer de una aplicación fue asesinado en otro asalto.
No alcanzan las líneas de esta columna para contar las muertes en ocasión de robo. Para el ministro de Seguridad bonaerense, Javier Alonso, el periodismo “hace un show de 120 cámaras” con la tragedia diaria. No se hace cargo. Kicillof, mucho menos. Está cada vez más desconectado de la realidad.