Son tiempos turbulentos en el país, marcados por una crisis económica que golpea duro. Sobre todo, a quienes tienen menos recursos. La inflación es un monstruo insaciable para los bolsillos. Entonces, aparece en la escena Cristina Fernández de Kirchner y hace ruido, como cada vez que se manifiesta.
Ya se sabía que no iba a participar de las elecciones nacionales, pero por si alguno dudaba, lo ratifica en las redes sociales. Y por si quedaba algún desconfiado, se presenta en el prime time del canal oficialista y lo enfatiza. En términos estratégicos, es una jugada inteligente. Los números no le dan. Por más que llegue al balotaje, el objetivo primario, sabe que pierde. Y así como alguna vez se bajó Carlos Menem y le dejó servido el poder a Néstor Kirchner, justo hace dos décadas, está bien que la vicepresidenta decida dar un paso al costado. Lo que no quiere decir que no bendecirá a su propio candidato, claro.
Ahora, la pregunta que deben hacerse quienes quieren continuar al frente del gobierno es ¿para qué? ¿De qué sirve ostentar el sillón de Rivadavia si no saben cómo resolver los problemas de la gente? Porque habrá funcionado en algún momento de estos 20 años -interrumpidos solo en el período de Macri- la receta que aplicó el kirchnerismo, pero ahora el país no sólo está endeudado, con déficit fiscal, reservas en rojo vivo, pobreza, devaluación y un futuro sombrío; también, hay bronca y desesperanza. No se puede, entonces, vivir del pasado. Ya no van las palabras de artificio.