Milei abre las puertas de su casa, ofrece un café batido e invita a pasar a la cocina para hablar con El Ciudadano. No hay asesores. Sólo está acompañado por cinco perros de la raza Mastín inglés. Salvo Conan, bautizado como el guerrero, el resto lleva nombres de economistas: Murray (por Rothbard), Milton (por Friedman), Robert y Lucas (por Robert Lucas). “Son mis hijitos”, dice. Ofrece disculpas por su vestimenta de “urbano marginal”, según su propia definición. Y asegura que mandará fotos vía WhatsApp.
Su hermana Karina (“la jefa, la más pura”, enfatiza el diputado) dice que vive como un rockstar. Y él asegura que casi no puede pisar el Club House, que está acostumbrado a caminar durante una hora para hacer una cuadra. En tiempos en los que los políticos son mirados de reojo, Milei consiguió popularidad con su discurso contra la “casta”. Durante una hora y media de charla, entonces, hace un revisionismo y marca la presidencia de Irigoyen como punto de partida de la debacle argentina. Dispara contra Perón, la izquierda, los radicales y Larreta. Pondera a Menem. Y dice que seguirá sorteando su dieta. ¿Y si es Presidente? “Ya no podré dar conferencia, me va a llevar tiempo full. Pero, bueno, imagino que un Presidente gasta nada, ¿no?”, pregunta. Tal vez en la austeridad esté su mayor virtud. De un hombre común que dice no buscar dinero ni poder en la Rosada. Solo cambiar el país.