El viaje alterado de la alumna francesa de intercambio en nuestra ciudad

Educación 28 de abril de 2020 Por El Ciudadano
La chica de 16 años estaba desde septiembre del año pasado con una familia receptora en el centro, pero la amenaza del virus COVID-19 forzó su regreso a un pueblo rural de Francia.
Candice 1 estudiante intercambio
La intercambista de Rotary, Candice junto a su hermano Mathis.

Sin fronteras para el COVID-19, afectando a regiones y países enteros, obliga también a estudiantes de intercambio en nuestro país a interrumpir su estancia de forma inesperada y tomar un vuelo de regreso a su casa.
Candice Pierre, una adolescente de 16 años, es una de estas estudiantes que llegaron el año pasado a nuestro país para sumergirse en una experiencia con una familia adoptiva y a través de un programa  de intercambio cultural del Rotary Club Internacional y del Rotary Youth Exchange.
Con un promisorio castellano la estudiante se integró a una familia antes de ingresar a la universidad.
Esta francesa llegó a la casa de Patricia Díaz, la cual tiene a su hija Lara Cuburu en Alemania por el mismo programa. Dicho sistema  de intercambio internacional hacía años que no funcionaba en nuestro distrito, y se lleva a cabo gracias a familias que de modo voluntario deciden recibir  en sus hogares a estudiantes de otras latitudes.
El objetivo es ser uno más en nuestra ciudad y en una familia: ir al colegio, practicar alguna actividad deportiva, salir a pasear. Vivir como uno más.
“Mi mamá de mi primera familia me acompañó hasta el aeropuerto y con mis dos valijas de 23 kilos cada una y mi mochila de otros 12 kilos me fui a pasar los controles. Tuve de temperatura para que sepan si tenía o no el coronavirus. Por suerte encontré otra francesa de intercambio Rotary del distrito de Buenos Aires que se volvía también. Pudimos hablar, con las distancias de seguridad, por lo que fue muy divertido contarnos nuestras aventuras. Durante las trece horas de vuelo, no tenía nadie a mi lado. En la misma línea estaba también una estudiante francesa que salía de la Argentina este año”, explica por WhatsApp a El Ciudadano.
La chica que cursaba en el Santa María, se había integrado a su grupo de alumnos y a su familia cañuelense. También se había hecho de un grupo de amigos. Le faltaban tres meses para concluir su experiencia académica.  Pero por solicitud de sus padres  ante el avance del COVID-19 el viaje se alteró.  El Gobierno francés dispuso un vuelo especial para la gente de su país y aprovecharon.
Al aterrizar en París el 9 de abril y salir al sur por la autopista con su madre que la aguardaba en aeropuerto ‘Charles de Gaule’, en un control policial tuvieron que presentar un permiso de circulación.  A la llegada de su casa en Achéres-la-Foret, al sur de la capital francesa, se topó con una bandera casera de bienvenida y los abrazos de su padre y hermano Mathis, de 15 años.
Durante el contacto con este semanario no se traduce una molestia por no haber podido finalizar su estancia, que terminaba en junio.  La forma precipitada en la que el programa intercultural organizó la salida del país de los estudiantes, hace que haya salido bien.
Luego de desplazarse con las medidas de prevención del caso de un país a otro dijo: “Sigo teniendo contacto con las personas de la Argentina. Hablé con amigos argentinos, con mis familias, con amigos de intercambio internacionales, con mi profe de español y otras personas”.  Y luego añade la jovencita de ojos claros: “Para mí es muy importante seguir en contacto porque hacen parte de mi vida por siempre y hacen parte de mí. Pero es difícil tener como dos vidas paralelas sin poder estar en las dos al mismo tiempo. No sé si me entiendes. Lo que quiero decir es que es difícil organizarse mentalmente entre estos dos países que amo tanto”.
Sobre el virus en Francia,  comentó que están en cuarentena desde el 16 de marzo y hasta el 11 de mayo “supuestamente”.
El virus, que interrumpió esta experiencia estudiantil y vital, “hace que mi rutina sea un poco especial porque no puedo tener una vida normal. En Francia se puede salir una hora por día en un radio de un kilómetro de la casa para hacer deporte. Así que salimos a correr, caminar o andar todas las tardes, pero sin hablar a nadie para no tomar el riesgo de contaminarse.
También desde el día de hoy estoy registrada en mi colegio en el equivalente de la clase de quinto para poder seguir los últimos meses del año. Y con mi familia hago juegos de mesa, mi mamá me cocinó un montón de platos muy ricos que estaba extrañando”.
La ex estudiante de nuestra ciudad dice también que “sobre el tema de acostumbrarme, me sentí rara los primeros días. No me sentía en mi casa, no sabía cómo estar porque cambié durante mi intercambio. Pero después de algunos días, me sentí mejor y ahora todo se volvió a lo normal.
No estoy aburrida, tengo que estudiar y después de tanto tiempo lejos de mi casa, tengo un montón de pequeñas cosas para hacer”.
Ahora las diferencias horarias, culturales empezaron a disiparse, pero no la nostalgia de haber tenido que irse antes de tiempo.

Te puede interesar