El Ciudadano en Qatar: Mirá si salimos campeones del mundo

El Ciudadano Mundial 22 de noviembre de 2022 Por Sebastián Varela del Río
El viaje resultó una odisea y los precios no ayudan. Sin embargo, con la llegada de la Selección Argentina a Qatar, la ilusión parece hacer que todo el esfuerzo y la inversión valga la pena. Para nosotros y para todos. Ojalá sea posible levantar la Copa.
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Fanáticos árabes, mezclados entre los argentinos, recibieron a la Selección en su llegada a Doha, sede del Mundial.

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La (para nada) gentil muchacha que atiende la aerolínea emprende la frase más temida: “Así no va a poder viajar”. A esas alturas del mediodía ya entró todo en la valija, incluidos algunos alfajores que probarán los qataríes, 4 kilos de yerba sin palo, un cartel publicitario para las transmisiones en vivo y los vasos de una marca de bebida, que tendrán la misma finalidad. Sin embargo, la empleada -que le confiesa a la compañera que ya casi no le quedan días libres antes de fin de año y que está “quemada- no quiere saber nada.

Básicamente, desconoce que tenga la segunda parte del tramo, tras el primero, ese al que quiero subirme, camino a Madrid. Dice que no lo encuentra. Le digo que haré el checkin online de la parte del viaje que une Madrid y Abu Dhabi. Me dice que no voy a poder. Entro y puedo. Tambalea su negativa. Duda. Entiende menos que yo. Al final, parece, subiré. La termino convenciendo. La primera moraleja es clara: Qatar 2022 no es un Mundial fácil.

Un rato después, un policía me interroga en el aeropuerto. Presiento que al verme vestido muy deportivo me prejuzga. Mi amabilidad va tornando en fastidio, pues su tono es el de esos capítulos de “Alerta Aeropuertos”. La juega de que va a encontrarme algo. Entonces, saca lo peor de mí. Le muestro una por una todas las credenciales, incluida la de FIFA, le digo que es mi tercer Mundial y que si quiere la versión online de todos los papeles también se la puedo dar. Afloja. Pero igual, nada es fácil.

Las horas siguientes sostienen el ritmo complejo. Una señora de un par de filas atrás se desmaya durante el vuelo y me despiertan los gritos de emergencia de sus compañeros de asiento pidiendo atención médica. Está mal, pero no tan mal. La van asistiendo todo el viaje y llega a destino. En Madrid me separan del resto de la gente y me someten a un test de drogas. Negativo, por si faltara aclarar al estar pudiendo escribir estas líneas en perfecto derecho de mis libertades para circular. Cuando quiero embarcar el segundo vuelo hay un problema con el pasaporte. Vuelvo a gambetear. Embarco.

Aunque escribo parte de estas líneas desde el asiento de al lado del avión de un muchacho que habla una lengua que no le entiendo, los primeros signos de la Copa del Mundo empezaron a aparecer. Argentinos. Todos argentinos. Con camisetas viejas y nuevas. Algunos que aprovecharon para hacer 24 horas en Madrid y pegar unas vueltas. Otros que no se lamentan al contar que gastaron 50 euros en unas gaseosas y unas papitas extra arriba del avión. Son los menos. Algunos que hicieron cuatro escalas para abaratar costos y que no saben cómo comprarán comida en Doha.

HUENEY alenta a Argentina

Unos muchachos caracterizados cuentan que se colaron en el VIP del aeropuerto de Abu Dhabi y que los sacaron cuando empezaron a mostrar una a una sus banderas. “Hasta la segunda veníamos bien. Se complicó en la tercera”. Empiezan a cantar. Por primera vez algo de esto se parece a casa. Todo, sin embargo, es muy difícil. Es raro.

Qatar es, para todos estos argentinos y para tantos otros que vendrán, una hazaña en ciernes. Más allá del momento del equipo de Los Leos, por costos, dimensiones, infraestructura, distancia, servicios, tipo de cambio y momento, el Mundial 2022 es un Mundial casi imposible. Complejo.

Los alojamientos más baratos, a 30 kilómetros del centro y sin nada alrededor, cuestan $12 mil por noche. Pero son los menos. Una carpa en el desierto (sí, con camas de hotel, pero carpa al fin) cuesta a 30 mil por jornada. Comer es caro. Los pasajes, ni hablar: en los últimos dos meses oscilaron entre 700 mil y 1.100.000 en sus versiones más económicas.

Una vez que pasamos los temidos (y luego no tan temibles) controles de migraciones, la primera visita al supermercado arroja un saldo difícil de sostener: $30 mil. Lo cierto es que tampoco es que los precios sean exorbitantes o lujosos. Más bien se trata de una mezcla entre que los productos occidentales son más caros que aquello que se consume aquí y que compramos cosas para equiparnos para todo el Mundial.

Tras todas las dificultades (y problemas a la hora de cotejar la reserva de hotel, que finalmente aparece), un compañero de viaje, agotado, abre una luz de esperanza al ver la llegada del plantel argentino a Doha: “Mirá si salimos campeones del mundo acá”. Sí, acá donde todo suena difícil y raro, donde cuesta carísimo y parece imposible llegar, sí, acá, vale la pena por el sueño. Eso lo justifica. Para nosotros y para todos.