Un antiguo operario gráfico del semanario con secretos y anécdotas de un oficio desaparecido

Sociales 29 de octubre de 2021 Por El Ciudadano
La industria gráfica tuvo sus momentos y un testigo de ese tiempo fue un ex linotipista de El Ciudadano, Arnaldo Boccazzi, quien recuerda su momento laboral en los años 60 hasta el retorno de la democracia. Durante el último golpe militar estuvo encerrado en la imprenta del medio durante tres noches.
Arnaldo Boccazzi
Arnaldo Narciso Boccazzi fue testigo de un oficio en extinción con el manejo de linotipo de plomo hasta el offset.

El cambio en materia de trabajo es permanente. Y el progreso trae cambios. En ellos la tirada de producción de diarios y revistas que ha mermado en gran número, dejando a la industria gráfica en una dura pelea. Y un oficio que murió con la automatización fue la del linotipista.  
Hasta hace algo más de cuarenta años, para sacar una publicación gráfica, hacía falta fundir en plomo cada letra de texto. Para ello se usaban grandes máquinas a cargo de linotipos. Grandes y pesadas, como la que se exhibe en el ingreso de la administración y redacción de El Ciudadano, de la que dimos cuenta hace dos semanas en un artículo con motivo de un nuevo aniversario del medio gráfico local.
Arnaldo Narciso Boccazzi dejó su Cañuelas natal y los talleres de imprenta. Las máquinas las tuvo bajo sus manos y ojos. Fue un operario gráfico del linotipo con el que se sacaba el semanario en las calles.
Hace décadas que dejó la máquina, pero todavía recuerda con detalles el recoveco de su herramienta de trabajo, el espacio donde estaba y las condiciones que había para sacar El Ciudadano y otras impresiones cuando empezó el semanario local un 2 de octubre de 1964.
“Empecé el 2 de junio de 1964 como aprendiz de tipógrafo. Tenía 14 años. Fui oficial tipógrafo y armador de página de El Ciudadano en la imprenta Iturralde y Cariola. Se ubicaba en una casa vieja en calle Del Carmen, a metros de la Sociedad Italiana. Se hacían también algunas revistas, como Azul y Blanco, que era de interés general, entre otras más. Fueron 30 años de trabajo”, recuerda Arnaldo durante una llamada teléfonica a Catamarca, donde se encuentra residiendo desde hace un tiempo.
En esa imprenta cañuelense se encontraba con una plana manual tipográfica Heidelberg, una linotipo marca Linotipe 850 y dos Minerva. “Era todo a mano. Después de muchos años cambió”, agrega.
Durante un tiempo el semanario tuvo una parte de su edición en Vicente López. “La linotipia que se usó era con líneas de plomo y para eso se llevaba afuera. Los miércoles se trasladaban los originales y al día siguiente se iba a retirarlos en plomo. Era bastante pesado traerlos. Había que pasar la noche despiertos trabajando para que al otro día saliera el diario. Con Cariola, uno de los dueños, me ayudaba para armar e imprimir. Se armaban pliegos a mano, de cuatro páginas, se sacaba; se armaba otra y así. Era todo un sistema a mano.  Con dos personas se armaba e imprimía. Era un número reducido. Hasta llegaba a poner los títulos”.
También aprendió de encuadernación y los primeros ejemplares de El Ciudadano que componen la colección pasaron por sus manos.
En esas épocas de florecimiento de las linotipos, usaba una modelo 850 de la marca Linotipe. Algunas de esas máquinas con matrices llegaban a tener hasta 4.000 piezas y eran de bronce.
“Y de una casona vieja se mudó todo a Del Carmen 650 donde hubo una botonería. A la entrada, sobre la pared de la izquierda había un dibujo con la imprenta de Gutenberg. Ahí seguimos con el diario”, dice el ex gráfico de 75 años, nacido en el distrito bonaerense de San Martín y que vino con sus padres a Cañuelas cuando era un niño.
Repasando su memoria dice que cumplió 29 años armando el diario. Hasta pasados los años 80 estuvo con las imprentas locales. Y sobre esa década del siglo pasado comenta: “Estuve hasta después del golpe militar. Y el diario fue clausurado. Entonces seguí trabajando con La Verdad, que era el diario del cura. Lo hacía con otro muchacho”.
Sobre aquellos años de irrupción del gobierno, reluce que “durante tres días estuvimos encerrados en la imprenta. No nos dejan salir los militares. Nos llevaron a declarar porque querían saber de nuestra actividad. Si teníamos alguna militancia política. De (Juan Carlos) Iturralde se sabía que era radical a muerte. Pero como esto era una imprenta podían pensar que eras subversivo. Arreglamos algo del fondo donde había unas tarimas de papel y allí nos acostamos con el compañero. Después vino el interventor y se dieron cuenta que no teníamos nada que ver. Eramos unos simples trabajadores”.
“Siempre fui gráfico. Un oficio que lo amé, que trabajé con ganas”, dice sin dudas. En 1991 logró independizarse y seguir con una imprenta. Algo de su oficio le pudo enseñar a una hija que es empleada de una imprenta del centro de nuestra ciudad.
“Yo siempre leía todo lo que caía en mis manos. Incluso leía el diccionario en casa. Además de armar el diario, lo corregía. Tenía que saber lo que corregía. Trabajaba con el diccionario al lado. Me molesta que escriban mal. Es una tara que llevo. Con tantos años trabajando de eso no tengo errores de ortografía”, se reconoce. Y por sus lecturas admite que “me siguen atrayendo las aventuras, las historietas. Tengo colecciones de Patoruzú, Flash Gordon, El Llanero Solitario. Después tengo los cuentos de Poe y Bradbury”.


Leandro Barni – [email protected]

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