Sobrevivió a la Tragedia de Once y pide ayuda del Estado
El 22 de febrero de 2012 padeció un infierno, pero salió adelante. Daniel Ocampo encontró su cable a tierra como chofer en una remisería local y como corista en el centro vasco. A 10 años del accidente, espera respuestas de la ANSES.
El trabajo dignifica y ayuda a curar heridas. Lo sabe bien Daniel Ocampo, a los 38 años. Hace más de una década, protagonizó una verdadera película de terror en uno de los vagones del tren de la línea Sarmiento que se estrelló en la estación de Once. Logró estabilidad en la rutina del laburo como remisero en una agencia céntrica de Cañuelas y es parte del coro del Centro Vasco Denak Bat. Si bien presentó todos los papeles que lo legalizan como uno de los lesionados, no recibió ningún tipo de ayuda del Estado.
Ocampo hizo de todo para mantener a su familia. Fue empleado en un frigorífico, pintor, herrero, electricista y albañil. El 22 de febrero de 2012 salió bien temprano desde su hogar de Virrey del Pino con destino a la Casa Austria de Palermo, donde realizaba tareas de electricidad y cerrajería. Pero nunca llegó al trabajo. Las lesiones se curaron en meses, pero los recuerdos del choque dejaron huellas que no se borraron.
La tragedia de Once se produjo por una falla mecánica en los frenos de una de las formaciones. En los juicios hubo varios imputados y fueron condenados el ex Secretario de Transporte, Juan Pablo Schiavi; empresarios de TBA y el maquinista, Marcos Córdoba. El choque dejó 52 muertos y 789 heridos. Hasta el día de hoy, familiares de las víctimas exigen respuestas.
–¿Qué recordás de aquel día?
–Sinceramente, tengo recuerdos muy borrosos de todo lo que pasó. Tomé el tren Sarmiento para agarrar el colectivo 68 en Plaza Miserere, yo viajaba en el tercer vagón. De repente, me doy cuenta de que la formación levanta mucha velocidad y los que estaban alrededor mío estaban leyendo los diarios y con sus celulares, como si nada. En un momento, pego un grito y después de eso, un ruido tremendo y lo peor: todos salimos despedidos.
–¿Qué escenario viste apenas te levantaste?
–Lo primero que observé fue una foto terrorífica, mucha gente cortada, san
gre y gritos. Ahí nomás me puse a ayudar, a pesar de mis golpes y cortes. Hasta que no aguanté más y me desmayé. No sé si pasaron dos minutos o una hora, me recompuse y salí asustado al baño de la estación. Sin pensar en nada, volví al Oeste, con la ropa bañada en color rojo, así llegué a la casa de un amigo, le conté lo que había pasado y que estuve en ese accidente del que ya hablaba todo el mundo.
–¿Qué cambió en tu vida a partir de ese momento?
–Y... mi vida cambió por completo. Nunca más volví a ser el mismo, empecé a sufrir fobias de todo tipo, ataques de pánico y descompensaciones. Por suerte, superé ese momento, pude retomar con mis actividades y sigo medicado.
–¿Recibiste ayuda por parte del Estado?
–No, nada de nada. Sólo algunos descuentos en las pastillas, ya que sin ellas viviría descompensado todo el tiempo. Pero después, no recibí nada. El Estado se olvidó de mí y cada vez me exigen más cosas.
–¿Qué es lo que te piden?
–En realidad, ya presenté todos los papeles y certifiqué cada requisito junto a los doctores y mi psicólogo. Ahora esperan una nueva junta médica para actualizar el CMO (certificado médico oficial), ya que a partir de la pandemia decidieron que sea todo digital. Necesito que avancen con eso para recibir alguna ayuda o pensión, ya que en la ANSES mi trámite figura como incompleto.
–¿Pensás que se pudo haber evitado?
–Sí, totalmente. Hasta ese momento no se revisaba nada, sólo les lavaban la cara a las formaciones con pintura y limpieza. Y bueno, un día pasó.
–¿Cómo te sentís trabajando como remisero en la noche de Cañuelas?
–La verdad que muy cómodo. Me gusta brindarle confianza a la gente y para mí es una terapia porque hablo con los pasajeros. Además, es la única manera que tengo de salir a la calle, ya que nunca más pude subirme a un transporte público después de la tragedia.
–¿También cantás en el coro?
–Sí, entré hace poco al centro vasco, por recomendación de mi psicólogo. Es una actividad que me encanta y me encontré con gente maravillosa que me anima a salir adelante todos los días. Elegí entrar a esta institución para no estar solo y para hacerme escuchar, la música es mi cable a tierra. Desde chico canté en varios lados y toco la guitarra.
–¿Qué objetivos tenés en la vida?
–Mi meta es sentirme bien. Mantenerme ocupado y con trabajo me mantiene estable y el oficio de remisero me encanta, ya que se da un ida y vuelta con la gente, que me gusta. Además, es una zona muy linda y cuando salen viajes a Uribelarrea o Lobos, la ruta me genera una sensación de paz. Y después, con la música intentaré ser el de antes, ya que me cuesta volver a los tonos y registros que tenía, pero haré el doble de esfuerzo para volver a brillar.
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