El héroe urbano que vende tortillas en la estación y rescató a una madre y a su hijo de un terrible incendio

Franco Marchionne tiene 23 años y un corazón de oro. La semana pasada, mostró que aún hay gestos que iluminan. Del barrio Libertad, con el pie esguinzado y la mochila cargada por las changas, fue protagonista de una historia que vale la pena contar. Arriesgó su vida entre las llamas.

Franco, en el pasaje Alem y muy cerca de la estación de trenes, donde vende tortillas.

Franco Marchionne tiene 23 años, el empuje de quien nunca se rindió y el corazón de alguien capaz de arriesgar su vida por los demás. Vive con sus padres en el barrio Libertad, donde también está montando, de a poco, una barbería. Pero hoy no es noticia por sus cortes de pelo, ni por su changa vendiendo tortillas antes del amanecer junto a Marisa, su jefa, en la zona de la Estación de Trenes. Hoy lo es porque evitó una tragedia.

En la noche del miércoles, cuando el frío todavía no arreciaba y las calles aún estaban a oscuras, Franco había terminado de vender tortillas y se dirigía en moto a su casa. El reloj marcaba cerca de las 20. En ese momento, algo llamó su atención en la calle Independencia, entre Florida y Mozotegui: una mujer desesperada, gritando por ayuda.

Franco, en su puesto, sacando tortillas para la gente que viaja en tren o en colectivos. 

"Salió de la nada, gritando que se incendiaba su casa", recuerda. Lo que pudo haber sido solo una noche más de rebusque para sobrevivir, se convirtió en una carrera contra el fuego. “Frené la moto, avancé un poco para estacionarla mejor y cuando me bajo, veo venir a otro pibe en moto. Le hice señas, porque solo no iba a poder”, relata con naturalidad, al lado del chulengo.

Ese gesto simple —una seña con la mano en medio de la calle— selló la alianza espontánea de tres jóvenes que, sin pensarlo, se lanzaron a rescatar vidas. “El otro chico rompió la puerta de rejas porque yo tengo el pie esguinzado y no podía patearla. Entramos por el frente, de  la puerta principal de la casa y de la ventana salían las llamas. Estaba todo envuelto en humo y calor”.

El escenario de cómo terminó el hogar siniestrado y las rejas que debieron forzar los vecinos para salvar las víctimas. 

La escena era desesperante. Adentro, una madre y su hijo lloraban, atrapados. “El nene lloraba sabiendo que algo feo iba a pasar. Se iban a morir. Si no era quemados, asfixiados”. No había margen. Forzaron una reja de la habitación que da a la calle y era ocupada por un matrimonio. “Forcejeamos entre dos y después se sumó un tercero. Entre los tres la pudimos abrir. El nene salió primero, se tiró de cabeza. Después, la señora”.

Ya con los dos a salvo, Franco y los otros vecinos aún intentaron rescatar algunas pertenencias. “Sacamos un colchón y un poco de ropa, pero ya no se podía más. Fue todo en segundos. Apenas salieron, empezó a sonar la sirena de los bomberos”.

Franco no se define como un héroe. Solo dice que actuó. Que no tuvo miedo. “Sabía que si entrábamos por la puerta, era muy riesgoso. Pero por donde lo hicimos, no había fuego directo. Igual, podía haber una explosión, pero no lo pensé”.

Marchionne terminó la primaria en Las Cañuelas y el secundario en el barrio Libertad. Desde 2020 ha recorrido distintas empresas: trabajó en ExtraGas, Molino Cañuelas, una harinera y Manaos. Todos empleos temporarios, contratos breves que se interrumpen sin más. “Si no tenés a alguien conocido, no te ayudan. Así es”, dice, sin resignación, pero con realismo.

Hace poco aprendió el oficio de barbero y hoy atiende a domicilio. Está armando su local en la calle Lynch y Godoy Cruz en la casa con sus padres. “Venimos a las 4.30 a hacer tortillas. Sobrevivimos al frío. Mis manos se calientan con el ritmo del trabajo. No queda otra”.

Esa jornada, como tantas otras, solo buscaba sumar unos pesos más. Sin saberlo, terminó devolviéndole la vida a una familia.

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