Narcóticos anónimos: historias de lucha y esperanza
La asociación internacional tiene una sede a la vuelta de la parroquia de Cañuelas. Sus miembros admiten a todo tipo de persona. En las reuniones se busca reconstruir lazos y reforzar la voluntad de sus participantes, que pelean contra las adicciones. Crudos testimonios recogidos por El Ciudadano.
En un salón contiguo a la parroquia de Cañuelas, el eco de las voces que comparten historias de sufrimiento y esperanza se mezcla con la calidez de un grupo unido por un objetivo común: la lucha contra la adicción. En este rincón de la ciudad en pleno centro, el colectivo de Narcóticos Anónimos (NA) ha encontrado un espacio donde, cada semana, personas de distintas edades y orígenes se reúnen con una meta clara: dejar atrás una vida marcada por las sustancias químicas y caminar hacia la recuperación.
Cada martes, entre las 19 y las 21 horas, el salón parroquial de la calle Lara 751 se convierte en un refugio para aquellos que buscan reconstruir sus vidas. Los domingos, el grupo se encuentra nuevamente, de 10 a 12, pero en esta ocasión la cantidad de asistentes aumenta, no solo por el efecto del turismo, sino porque, para muchos, la cercanía al fin de semana hace que la necesidad de apoyo sea aún más urgente.
En las reuniones, que a veces convocan a tan solo seis personas y otras veces a más de diez, se da espacio para el relato personal, la escucha activa y el intercambio de experiencias. "Cada vez que uno de nosotros habla, no solo comparte su dolor, sino también sus logros, sus pequeñas victorias", comenta Susana, una de las integrantes más longevas del grupo, que ha dedicado gran parte de su vida a ayudar a los demás a encontrar un camino hacia la sobriedad.
El proceso
Susana, oriunda de La Matanza, ingresó a Narcóticos Anónimos a los 35 años, después de haber perdido casi todo, y es testigo del poder transformador que tiene el acompañamiento mutuo. "Luchar contra las drogas es casi imposible si lo intentás solo. Me tuve que rendir, decir 'no puedo con esto', y allí encontré la ayuda que necesitaba", recuerda con una voz firme y llena de convicción. Para ella, y para muchos otros, el proceso de recuperación no solo depende de la voluntad individual, sino también del apoyo constante de quienes han atravesado experiencias similares.
La estructura de NA se basa en una serie de tradiciones que brindan un marco para el crecimiento personal. Una de las tradiciones más significativas es la entrega de llaveros, que marcan el tiempo limpio de cada persona. Cada color corresponde a la cantidad de tiempo sin consumir y, a medida que los años pasan, también lo hacen las medallas que se entregan al cumplir un ciclo completo de sobriedad.
Ricardo, de 41 años, también forma parte de este grupo y comparte su experiencia. "La adicción es una enfermedad crónica, progresiva y mortal. No hay cura, pero sí se puede detener, y la recuperación es posible", explica con voz pausada pero decidida. Ricardo comenzó a consumir a los 12 años y, después de varios intentos fallidos de rehabilitación, encontró en NA el apoyo que necesitaba para mantenerse limpio durante los últimos ocho. "El valor terapéutico que tenemos entre nosotros, los adictos, no tiene comparación. Nos entendemos porque hemos pasado por lo mismo", agrega, señalando que las reuniones no solo son un espacio de contención, sino de verdadero acompañamiento mutuo.
El entorno y el tiempo
El contexto de las reuniones es clave en el proceso. Para algunos, como Susana, el atardecer es un momento particularmente difícil. "El adicto experimenta una angustia durante esas horas, y hasta el día de hoy lo siento", confiesa. Este fenómeno se conoce dentro de la comunidad como "la hora crítica", un momento del día en el que la tentación y el deseo de consumir son más fuertes.
Sin embargo, la solidaridad y el compromiso del grupo son elementos fundamentales para superar esos momentos de debilidad. "Lo importante es que siempre hay alguien dispuesto a escucharte, a acompañarte, a decirte que todo va a estar bien", agrega Susana, que además de asistir a las reuniones, tiene ahijados a quienes ayuda a transitar sus propios procesos de recuperación.
Octavio, de 25 años, también es parte de este grupo. Su historia es un testimonio de cómo la adicción puede llevar a situaciones límite, pero también de cómo la decisión de pedir ayuda puede salvar vidas. "Estuve casi diez años consumiendo, hasta que un día tuve una sobredosis. Estuve muerto unos minutos. Ese fue mi punto de quiebre. Ahí me di cuenta de que no podía seguir consumiendo", relata con voz pausada, pero segura de su decisión de no regresar a ese mundo. "Busqué ayuda, y esa ayuda llegó a través de NA. Ellos me salvaron la vida, me dieron otra oportunidad", agrega.
Para Octavio, el proceso de recuperación no es algo que ocurra de la noche a la mañana. "Es una lucha diaria, pero saber que hay un lugar como este, donde no te juzgan, donde te entienden, y eso hace toda la diferencia", explica mientras observa con sus ojos claros a sus compañeros con una mirada serena que refleja gratitud.
Un espacio abierto
En Narcóticos Anónimos no hay restricciones de edad, género o antecedentes. La única condición es reconocer que se tiene un problema con las drogas y estar dispuesto a recibir ayuda. "Lo único que preguntamos cuando alguien llega por primera vez es si tiene problemas con las drogas y cómo podemos ayudarlo", comenta Susana.
Los encuentros son gratuitos, confidenciales y están abiertos a todos aquellos que busquen superar su adicción. Además de las reuniones presenciales en Cañuelas, NA ofrece reuniones virtuales y asistencia a través de una línea telefónica las 24 horas (0-800-333-4720) y un número de WhatsApp (+54 9 11 5047 1626).
Una de las preocupaciones que comparten todos los integrantes de Narcóticos Anónimos es la detección temprana de la adicción. Según Susana, "la edad de detección del consumo suele ser entre los 29 y 36 años, pero cada vez más jóvenes de menos de 20 años están llegando a nuestras puertas". En este sentido, Octavio agrega: "Reconocer el problema cuanto antes es fundamental. Cuanto más grande uno es, más difícil es frenar la adicción". La prevención, la educación y el acompañamiento son, según todos ellos, clave para evitar que más personas caigan en la trampa de la dependencia.
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