El fantasma de la fábrica

Interés general 22 de octubre de 2021 Por El Ciudadano
espectro

Desde el principio de la humanidad estamos expuestos permanentemente a lo irracional, a lo metafísico. La sociedad, en este sentido, estableció una delicada maquinaria que funciona maravillosamente. Las creencias religiosas abren una puerta, nos permiten pensar en un más allá, en que hay algo después de la muerte. No obstante, la ciencia, y su cosmovisión racional y lógica, generan una profunda confusión por negar todo lo que no se puede medir ni pesar. Este sistema, que pareciera ser absoluto y verdadero, no contempla, o descree de cierto sector social que vive en un mundo donde no todo puede ser explicado. Los fenómenos paranormales habitan en el relato de quienes presenciaron una “aparición”, o materialización de un ente, objetos que se mueven solos, voces, sonidos u olores sin explicación. La sensación de una presencia que perturba la paz de los eruditos matemáticos: lo maravilloso pagano frente al progreso científico.
El misterio de la muerte sigue siendo fascinante. Todas las culturas y civilizaciones crearon grandes relatos entorno a la muerte. El no saber qué sucede con la conciencia, con el espíritu, o el alma cuando la persona deja de respirar, ha generado un misterioso interés en la humanidad. Los egipcios construían bóvedas con las riquezas del finado porque creían en un futuro despertar. El Hades para los griegos era el lugar donde las almas iban a penar eternamente. Más adelante la religión cristiana retoma la idea y crea el cielo y el infierno. Dante Alighieri describió nueve círculos infernales, cada uno para un tipo de pecador/a distinto/a. En el imaginario colectivo el averno es como un sábado por la noche de extrema lujuria, donde todo es desmesura: el sexo, el alcohol, la violencia, las mentiras, los gritos, el dolor, etc. Para muchos el problema del infierno no son sus peculiaridades, sino su condición de eterno. Un sábado demencial sin un domingo de descanso.
Sin embargo, lo que nos incumbe es el lugar intermedio donde las ánimas con pena quedan pululando y tienen contacto con los vivos. Quedan encerradas en determinados lugares y suelen aparecer de imprevisto. Un predio fabril enorme es el “Locus Horrendus” (lugar tenebroso que prepara una escena de terror) perfecto para estimularnos el componente escatológico que las religiones aprueban. Hoy tenemos el relato de un operario, al cual, para preservar su identidad, lo llamaremos: Señor X. Este hombre de voz grave y sólida nos contó lo siguiente: “…la fábrica es un lugar enorme, de noche es completamente desolada. Hay muchas máquinas que están programadas y se apagan o encienden solas. Los pasillos son largos y hay sectores con poca de luz, lámparas que titilan y alarmas que chillan en la madrugada cortando el aire y el suspiro de los pocos presentes. Yo concurro a la fábrica desde adolescente, cuando íbamos con la escuela a hacer pasantías. Nos han contado miles de historias. Recuerdo una que no me la contó nadie, la viví: hay un sector trágico, donde décadas atrás, en un gran incendio, un bombero quedó atrapado en un sótano/depósito. No pudieron apagar el fuego y lo tuvieron que inundar. Se dice que sacaron al bombero prácticamente hervido. Ese lugar ahora es un gran depósito y a veces tengo que ir solo en la noche a buscar material. Trato de no pensar, voy silbando una canción conocida que me mantenga en el mundo de los vivos. El corazón se acelera y el paso también, sin darme cuenta entro en la fantasía. Muchas veces prendo el hándicap para preguntarle a un compañero algo insignificante. Hago como que actúo con normalidad. Cuando venía saliendo y pasaba por el sector de vestuarios, veo claramente a un compañero que corría desnudo de las duchas hacia donde estaban otros operarios reunidos”. Al llegar estaba contando, casi tartamudo, que entró al vestuario y sintió el sonido de una ducha prendida y un silbido melódico de una canción que le pareció conocida. Saludó y no hubo respuesta. Se asomó y encontró la ducha abierta y el lugar vacío. No le dio importancia, la apagó. Se desnudó para bañarse, fue a buscar una toalla a su locker cuando escuchó nuevamente el sonido de otra ducha más lejana a la anterior. Entró al lugar saludando, el ruido de la ducha seguía, pero al asomarse para ver quién se estaba bañando, encontró la ducha recién apagada, goteando, un fuerte olor rancio indescriptible lo invadió. Inmediatamente salió corriendo desnudo.


Por Martín Aleandro

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