La librería más vieja del mundo tiene a su dueño en el barrio Peluffo

Sociales 17 de febrero de 2020 Por El Ciudadano
Miguel Avila es una institución entre libreros con su ‘Librería de Avila’, en la porteña esquina de Alsina y Bolívar, donde hace más de dos siglos se venden libros. Cientos de miles de ejemplares que custodia y elige “el sur como su lugar en el mundo con Cañuelas”.
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En esa esquina había una botica en el año 1785, que además de hierbas medicinales tenía libros para la venta.

Llegan turistas a una esquina de Monserrat y se sacan fotos, otros se persignan ante Kirk Douglas en una foto de la vidriera, mientras que varios leen mucho en el interior del salón y otros revuelven en el subsuelo. Detrás de todo eso hay un hombre que sabe algo hace décadas y tiene fundamentos para respaldar lo que dice y exhibir documentos. Todo ello ocurre en la librería más vieja del mundo según una investigación de un escritor europeo, esta es la librería más antigua de la Capital Federal, del país y por un hombre que pasa sus días  con su mujer en el barrio Peluffo en su casa que hizo levantar en un estilo colonial por un arquitecto también con grandes vinculaciones con nuestro pago.
Habla sin pausas en un pequeño escritorio con papeles, una lámpara antigua, una vieja herramienta de encuadernación y claro, libros, muchos libros. Miguel Avila tiene lo que ahora se llama un perfil bajo, ya no se muestra vendiendo entre las mesas y bibliotecas. “Estoy detrás”, le afirma a El Ciudadano atrás de los proveedores, del contador y de las bibliotecas que se ofrecen a la venta. Es un librero, también actor y director teatral.
Por su local pasan jóvenes, estudiantes, adultos mayores, empleados, académicos, escritores, historiadores y muchos turistas del mundo. Muchos no van a comprar libros, lo que hacen es ir a buscarlos. Y luego compran. Cientos de miles se encuentran en estantes, mesas, bibliotecas y hasta en el piso. Allá trabaja Avila, con su equipo de siete empleados.
Es hijo de una empleada doméstica y de un padre, que no supo quién era hasta ser un jovencito. Nació en un pueblo del sur cordobés. Y siendo un niño de 9 años arribó a la ciudad de Buenos Aires.  De adolescente llegó a lo que lo iba a marcar  su destino junto con las tablas de los escenarios. Fue dueño de una importante librería como Fray Mocho. Su historia y anécdotas, son del realismo mágico.
Además de ser el dueño de la librería declarada por decreto del Poder Ejecutivo Lugar Histórico Nacional y de Interés Cultural y patrimonio histórico de la Ciudad de Buenos Aires, él es también habitante de Cañuelas, donde en este siglo XXI levantó una casa –con su mujer Matilde–, con todas las líneas arquitectónicas de otro tiempo.
Frente a la Parroquia San Ignacio de Loyola, Miguel enseguida se remonta a los tiempos de la Revolución de Mayo, luego a episodios vinculados con libros y lecturas, además de anécdotas personales con gente con la que tenía trato como Luis Sandrini, Arturo Jauretche y Adolfo Bioy Casares.
Antes del nacimiento de esta nación, y cuando la ciudad de Buenos Aires era llamada la Gran Aldea, en el año 1785, en donde se ubica Librería de Avila, empezaron a llegar de manera informal libros del Alto Perú. Según Avila, Belgrano, Castelli y Paso se llegaban a buscar esos libros, sobre todo los influenciados por la Revolución francesa. A fines del siglo XVIII, en la mencionada esquina existía una botica, donde se comercializaban hierbas medicinales y elementos para el gaucho. Enfrente, además del templo católico, se encuentra el Colegio Nacional Buenos Aires y la Manzana de las Luces. En 1830 esa botica desaparece y la esquina ya es llamada Librería del Colegio, por el vecino Nacional Buenos Aires.
“Venían los jóvenes que se nutrían de libros europeos. Esta librería tiene una valor trascendental en la formación de nuestro país”, afirma el librero Avila esquivando los libros apilados.
De todos los comercios de la época colonial, es el único que sobrevivió a la misma actividad.
A principios de la década del noventa enterado que Mc Donald’s quería tener una sucursal en esa ochava, empezó una estrategia personal con el Arzobispado de Buenos Aires y logró poner su librería que había desaparecido en 1989.
Casi como un laberinto, el papel rodea siempre al que ingresa a este paraíso de libros antiguos, agotados, raros, enciclopedias y documentos, además de algunos nuevos. Allí se confiesa ante este cronista que le afirma que su convicción es “formar lectores”. Lo dice un exponente de esa rara actividad como es ser librero. 
Y en eso de crear lectores, de aconsejar, ha tenido al mismo tiempo la comercialización, por lo que vendió  primeras ediciones de Borges a miles de dólares o  libros del siglo XVII.
En sus vidrieras hay publicaciones sobre lo gaucho, Buenos Aires, folklore, tango, arte universal, literatura, filosofía, historia, ensayos, entre otros.
Para el escritor español Jorge Carrión, con ‘Librerías’ (Editorial Anagrama), luego de una investigación por las mejores librerías del planeta, la ‘Librería de Avila’ es la más antigua del mundo en actividad.

Un asado y el Peluffo
Mientras ensayaba una adaptación de El rey Lear con Lito Cruz y Carlos Gandolfo, con otros amigos de un grupo de teatro se vino a Cañuelas a comer un asado al mediodía. Eran los años setenta. No sabía bien el itinerario. La reunión se extendió hasta la mañana siguiente, por lo que hubo tiempo para hacer caminatas bajo un túnel verde de una arboleda e imaginarse algún día volver. Pasaron varios años y volvió a encontrar al padre de esos entonces muchachos del teatro y le preguntó por esa casa quinta que guardó en su memoria.
“Me enamoró de Cañuelas hace muchos años. Y como de manera vulgar se dice del lugar en el mundo, lo encontré en el Peluffo, cuando estuve en ese asado y desde hace unos diez años me empecé a instalar con mi mujer. Ahora siento que encontré un lugar y me cuesta cada vez más venir al centro. Le pude comprar a Norberto Machurón, el padre de uno de mis compañeros de teatro uno de los dos lotes que tenía, con la venta de un departamento en la Capital y compré la esquina, alquilé su casa y mientras fui haciendo la casa en San Martín y Puey-rredón, con el arquitecto Carlos Moreno, quien me hizo el proyecto de una casa colonial de la pampa húmeda con mirador para el malón. De la cual queda un exponente en Luján”, destaca el librero asomado entre una pila de volúmenes de diversos géneros literarios. 
La vivienda “tiene un 80 por ciento construida. Me falta la matera y dos cuartos. Y una vez que andaba Gustavo Arrieta me dijo que era la casa más linda de Cañuelas”. Entre sus vecinos se encuentra el ex cura párroco Mario Slongo y el piquetero Luis D’Elía.
 Pero no todo es una visión romántica, analizando el lugar destaca que los inconvenientes de energía eléctrica son permanentes con Edesur. Además cuenta que cuando llueve se anega su zona. “Al hacer la 3, se cortó el pase del agua. El agua circulaba entre calles y terrenos, pasaba por debajo de la ruta y al hacer la autopista, se cerró. Se junta el agua en Pueyrredón y se mete en las cuatro quintas. Se hace un enorme lago. Para mejorar puse tres bombas grandes, hice un vado con un zanjón, con una laguna, y no termino de desagotar el agua. Me faltaría un zanjón por Belgrano y Pueyrredón hasta la colectora. Así se terminaría con la angustia del agua cuando llueve”.
La casona de Avila refugia también las visitas de los amigos de sus tres hijos y todavía se admiran de la variedad de especies de aves. “Es un lugar especial de flora y fauna. Tiene su fama el barrio por algo, es lindo, es querible, salvo por Edesur y el anegamiento”, dispara.
Otro sitio que reconoce de nuestra ciudad es “comer en lo de Beto. Bernardo me trae la lonja y la costilla que ya sabe. Lo mismo que en Lara, me gusta comer al disco”.  También comen cosas de su huerta que cuida Matilda, la que custodian los tres ovejeros alemanes del matrimonio y un cusco que “como le dije una vez al comisario Filito, que vino a charlar al barrio, le señalé que si mis ovejeros eran de la Federal este bicho era el de la Bonaerense”. Con otro jefe policial que tuvo buena relación fue con Fabián Monterroso, “andaba con su auto particular patrullando de madrugada mientras estaba al frente del Destacamento Los Pozos. Tuvo un excelente comportamiento”.
Se acerca un joven de anteojos y le pregunta a Miguel por el precio de un libro. Lo tiene un instante en su mano, ojea y le indica el valor. Vuelve enseguida a la entrevista. “Mi mujer que hace doblajes y es locutora está más instalada que yo.  Algún día aprovecho para irme a Hueney y fumarme un habano en la vereda con un whisky, cuando no estoy tanto con el teatro en Buenos Aires que se extiende en la noche. Yo me voy adaptando entre mis actividades en Capital y Cañuelas. Hasta llegué a dar clases de teatro con Rubén Stella, los lunes, arriba del Cine Teatro Cañuelas. Siempre tengo la fantasía de hacer un sucursal de la librería con actividades culturales en Cañuelas y hasta de un grupo de teatro”. 
“Hay todavía un trato pueblerino que me conmueve, tal vez porque nací en un pueblo. Y hay una orfandad, por más actividades culturales, teatro, libros. Tengo en la gatera irme para siempre a Cañuelas. Imaginate que la librería más antigua pone su sucursal en Cañuelas”, se sonríe Miguel de manera cómplice.

Leandro Barni

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