Ramón Costilla, el cura que critica a la política, pero no pierde la fe
“Argentina vive sumida en una crisis y hay un ataque por destruir a las familias”, le dijo a El Ciudadano. Habla del complejo cuadro social y mira hacia el futuro.
Ramón Costilla tiene 64 años, la piel morena, el pelo entrecano, está bien afeitado y es algo bajo. La entrevista tiene lugar en su pequeño Volkswagen de cuatro puertas, luego de la misa de las 20 y camino a buscar unos papeles hasta la casa de los Oblatos Diocesanos en San Esteban, en la Ruta 3.
Durante el trayecto, el cura intenta comunicarse con otro religioso, pero los mensajes fallan en su teléfono celular. “No termino de entender qué pasa con estos aparatos y encima mañana estoy atareado hasta la manija”, comenta. El mes pasado cumplió cinco años de cura párroco en la Iglesia Nuestra Señora del Carmen.
Antes estuvo casi dos décadas en Rafael Castillo, también de nuestra misma diócesis. En esta comunidad se encuentra después de pedirle al obispo de entonces “un lugar más chico”. Una solicitud que elevó cuando había cumplido diez años de párroco, pero que se la extendieron por otros diez.
Oriundo de un pequeño pueblo tucumano, su acento delata el origen norteño. En el proceso de su vida sufrió la muerte temprana de su padre cuando tenía 12 años. Pero siempre supo de sacrificios. A los 10, ya trabajaba en plantaciones de tabaco. Hijo de una familia numerosa -tiene ocho hermanos-, sufrió un accidente con unos animales que se le fueron encima cuando se dirigía a ver un partido de fútbol. No pudo seguir estudiando y siguió el camino de su papá, cortando cañas de azúcar.
Mano a mano con El Ciudadano, habla del complejo cuadro social, su tarea, política y fe.
–¿Cómo fue que se convirtió en cura?
–Estaba yendo con una prima a visitar a un tío y, al cruzar una plaza, había una peregrinación de la Virgen del Valle en Villa Quinteros, un pueblo de Tucumán. Detrás de la imagen veía unos chicos de mi edad y me pregunté por qué no podía ser uno de ellos. Así empezó mi acercamiento a Dios y la Iglesia.
–¿Qué diferencia encuentra con Rafael Castillo?
–Es otra realidad. Acá, las distancias son grandes. Pero Cáritas está centralizado y en el colegio Santa María solo soy sacerdote. Allá no participaba en actos como hago en Cañuelas, con tanta asiduidad. No tenía exposición y no había reclamos o necesidades de una presencia.
–¿Y cómo definiría su estilo?
–Soy de pasar desapercibido, pero a la vez de tener presencia, de viajar, de ir a una misa adónde sea. Y cuando llegué a Cañuelas busqué atender la parroquia y sus necesidades. Lo fuerte es la presencia, pero sin destacarme en ser orador, otros lo hacen bien. Trato de ser un sacerdote presente en todas las realidades de la comunidad.
–¿Se identificó con alguna figura conocida de la Iglesia?
–No son conocidos. Pero en mi vocación fueron Monseñor (Rodolfo) Bufano, un padre italiano, Dino Foglazia, los curas Gregorio Sigman, Juan Francisco Díaz, el franciscano italiano Raniero Cantalamessa. Ningún destacado o famoso.
–El país sigue de crisis en crisis, ¿qué análisis hace desde un lugar con tanda demandas sociales y económicas?
–Nunca me gustó la política. En toda mi vida no encontré otra cosa que no fuera votar una persona. No un proyecto de país. No tengo experiencia de un gobierno bueno. Todos fueron de regulares para abajo. La Argentina vive sumida en una crisis. Y veo que, desde hace unos 20 o 25 años, hay un ataque por destruir a las familias. Además, la pobreza nos persigue.
–¿Quién es el responsable del ataque?
–La misma sociedad. Vivimos con imposiciones de arriba y muchas peleas por el poder. Y no veo vocación. Habiendo gente preparada se fomenta entrar en la política por un puesto. También existe el clientelismo, un adoctrinamiento que viene de la época de (Juan Domingo) Perón, no de ahora. No se pueden poner de acuerdo para nada, salvo para la Ley del Aborto porque había plata en el medio. Muchas cosas se dan vuelta para un lado o para el otro. Alianzas que surgen de uno, de otro...
–¿No nota esa pobreza en una mayor presencia de cartoneros en las calles de Cañuelas?
–Posiblemente. La gente que ha llegado es también parte de un clientelismo y en el que están metidos todos. Es una realidad del mundo y del que la Iglesia se ve superada muchas veces.
–En otra etapa de la pandemia y con más vacunados, ¿se recuperó la gente de la iglesia?
–Sí y no. Hay gente que se restableció y otros que siguen con miedo, gente sin vacunas, gente que no quiere salir. Lo sé porque visito a muchos fieles. A los que pedían la eucaristía se la llevé personalmente. O gente que venía y quería ser escuchada. Administré los sacramentos, lo hice durante todo el tiempo. Fui al hospital y acompañé a rezar a casas donde llegaban las cenizas de personas que no podían ser llevadas a la Iglesia por la pandemia.
–¿El obispo Jorge Torres Carbonell va a tener más presencia en Cañuelas?
–No lo puedo decir yo. Tengo buen trato con él. Asumió en medio de la pandemia y estuvo bastante aislado. Y con las últimas fiestas, ya tenía compromisos previamente acordados. Vino a San Martin de Porres para el día de San Miguel Arcángel, fue a Gobernador Udaondo. No es que no tenga a Cañuelas en cuenta o le quite importancia, pero hay otras realidades que le impiden venir. Entiendo el valor que es para el pueblo y por eso es importante su presencia. Vamos a conseguir que venga varias veces.
–Pero el anterior obispo, Gabriel Barba, venía más seguido y tenía un acercamiento con el intendente.
–Sí. Torres Carbonell también lo tiene, pero es otro perfil. No es una cosa mejor o peor, son modos de manejo, de llegada.
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