Bufáloterapia, un novedoso tratamiento emocional
Marcelo González se hizo conocido por su trabajo con esta especie de bóvidos en Santa Fe. No por su forma de cría, ni reproducción, sino por la terapia que lleva adelante. Una pasión que alimenta desde hace 25 años y comparte con su esposa e hijos.
Por lo general, las razas bufalinas son muy conocidas por su calidad láctea y aunque son de orígenes rústicos, brindan buena carne, pero en San Martin de las Escobas son un modo terapéutico para muchos y de curiosidad para otros.
Marcelo tuvo un tambo y fue productor. Hoy vive el día a día con un trabajo convencional relacionado a las carnes vacunas, pero sigue apasionado por la ganadería, en especial por los búfalos. Encontrarse con ellos casi por casualidad, años atrás, despertó en él la curiosidad de estar a su lado y llegar a ser vínculo y nexo para que otros tengan un medio de vida diferente. Los animales sanan.
“Es un animal dócil, curioso, con mucha memoria, fuerza y ternura”, dice Marcelo de los búfalos, pero tienen mucho más que eso. Y se lo cuenta a El Ciudadano.
-¿Cómo nace esta pasión?
-Comenzó hace unos 23 o 25 años, cuando fui a Corrientes y vi un que era manso y extremadamente inteligente. De ahí en más estaba en mí querer tener uno y cuando mi hijo Lautaro cumplió 9 años, le regale un búfalo. Así, traje desde Angélica tres ejemplares de dos meses y a los pocos días, se echaban cuando los chicos les rascaban el cuello y les hablaban.
-Regalar un búfalo a un chico no es muy común.
-Lautaro siempre tuvo el don de contactarse con los animales, tiene una conexión extraordinaria desde muy chiquito. Él jugaba con los chanchos, con las vacas, con los toros, por eso me animé a ese regalo que realmente fue una sorpresa.
-¿Y el resto de la familia? ¿Cómo lo tomó?
-En mi familia somos cuatro. Emilce es mi esposa, ella es la cara que no se ve todos los días. Todo lo que nosotros hacemos se lo debemos a ella porque es quien está detrás de la cámara. Ella es quien nos prepara todo, nos ayuda a nuestra otra hija, Idiana, a Lautaro y a mí.
-¿Desde cuándo trabajás con animales?
-Tengo 47 años y trabajo con animales desde que tengo noción. Mi pasión por los animales nace desde muy chiquito porque mi papá es domador, no jinete. Trabajé toda mi vida con caballos y vacas en el campo.
-¿Qué es la búfaloterapia?
-Un día invite a unos amigos que tienen un hijo con discapacidad. Se acercó con la silla de ruedas, lo tocó y el animal lo lamió. El nene inmediatamente lo trepó y fue pura risa. Después de eso le dije a Emilce, sin pensarlo mucho: “Voy a hacer terapia con bufalinos”. Al principio, me tildaban de loco, pero la idea prendió en la región. Acá ya vienen niños y adultos. Una señora viene a cepillarlos y se va con la creencia de que son mágicos. A un nene hiperactivo, la tranquilidad de estos animales lo invita a bajar un cambio sin darse ni cuenta. Es un espacio en el que podés compartir, expresarte y enseñar, y donde he descubierto la ternura e inteligencia de los búfalos. Es increíble ver cómo esta experiencia te permite conectarte con las personas, incluso de otros países, así como recibir elogios y distinciones de personas de todo el mundo relacionadas con los búfalos.
-¿Cómo influye esta terapia en los seres humanos?
-Es evidente que la búfaloterapia tiene un impacto positivo en la vida de quienes participan, como Sami, una chica que lleva casi dos años asistiendo y para quien los búfalos son todo y parte fundamental de su vida diaria. Entiendo que la búfaloterapia es una labor que realizás con mucho esfuerzo y dedicación, sin recibir ayuda económica de empresas o del Estado.
-¿Nunca se interesaron desde el Gobierno en esta terapia?
-El sector público no ha mostrado interés en apoyar iniciativas valiosas como la nuestra, especialmente cuando se trata de promover el bienestar y la salud. De todas maneras, aunque no recibas ayuda económica, el impacto positivo que generás en la vida de las personas, a través de esta labor, es invaluable.
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