Son operarios discapacitados, cumplen jornada laboral diaria y sobreviven con apenas 56 mil pesos mensuales

El único taller protegido de Cañuelas con adolescentes y adultos discapacitados necesita apoyo. Hacen bolsas de residuos, trapos de piso, escobillones y manualidad, entre otros elementos, para la venta. Buscan nuevos clientes ya que para subsistir debe recurrir a la solidaridad empresarial.

Interés general08/07/2025Leandro BarniLeandro Barni
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Apyad, en Libertad casi Sarmiento, da trabajo a 19 personas con distintas discapacidades.

En una casa amplia, antigua pero repleta de vida, funciona desde hace casi cuatro décadas el único taller protegido del Partido de Cañuelas. Allí, cuarenta personas con discapacidad encuentran no solo un lugar de trabajo, sino también contención, dignidad y un propósito. Es Apyad —sigla de Asociación de Protección y Ayuda al Discapacitado—, una entidad civil que desde diciembre de 1985 le hace frente, con esfuerzo y creatividad, a los vaivenes del Estado, la burocracia y las crisis económicas que se repiten como un ciclo sin fin.

Cuando se le pregunta si están en crisis, Graciela Gorassini, presidenta de la asociación, suelta una sonrisa irónica: “Toda la vida estuvimos en crisis”. Ella, docente jubilada y militante silenciosa por los derechos de las personas con discapacidad, encabeza la entidad desde hace una década junto a una comisión directiva. Bajo su mirada firme pero cálida, Apyad se sostiene como un bastión que promueve la cultura del trabajo en un sector históricamente postergado.

En el taller se fabrican bolsas de residuos, trapos de piso, escobillones y manualidades. También se terceriza la producción para empresas como Visuar, que les entrega cables para etiquetar. Asimismo,  procesan nylon para reciclar y luego un proveedor retira el material procesado. Hay encargos de etiquetas y pequeñas tareas de ensamblado con cables de la misma firma local mencionada. La mayor parte de la producción de bolsas tiene como destino la Municipalidad de Cañuelas, comercios y empresas locales como Inter Farma. También los operarios de Apyad están a cargo de ferias de sus productos en Visuar y de Loma Negra.

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En la asociación civil sin fines de lucro se responde a una deuda social que el Estado muchas veces mantiene con la discapacidad. 

Sin embargo, el ingreso económico es exiguo. Los trabajadores perciben un "peculio" —una beca estímulo— de 28 mil pesos de Nación y otros 28 mil de la Provincia. A eso se suma 37.199 pesos que recibe Apyad  por cada operario y que destinan a mantener el taller. Aun así, los ingresos totales están lejos de alcanzar el costo de vida o de representar una verdadera inclusión económica.

Para cubrir los sueldos de sus cuatro empleados —supervisor, administrativa, cocinera y una coordinadora—, el funcionamiento del comedor (desayuno, almuerzo, merienda), y los servicios, de los cuales no están exentos, Apyad debe recurrir a la venta de productos y a la solidaridad empresarial. La Fundación Mozotegui realiza una donación anual. El Molino Cañuelas le entrega harinas. Y siempre esperan sumar a más firmas o fundaciones, además de vender más bolsas de residuos.

La trampa de la ley

Apyad se rige por la Ley Nacional 26.816, sancionada en 2012 y que, en teoría, garantiza empleo protegido con aportes jubilatorios. La norma prevé una asignación mensual del 40% del salario mínimo vital y móvil (hoy rondaría los $117.800), pero esa parte nunca fue reglamentada. Lo que se cumple es el artículo que permite acceder a la jubilación a los 45 años con 20 años de aportes.

“Ya logramos jubilar a 19 personas. Algunos siguen viniendo al taller porque este sigue siendo su espacio de pertenencia”, cuenta Gorassini. “La ley es buena, pero está a medio hacer. Los trámites son engorrosos, y con cada cambio de gobierno se empieza de cero”, lamenta.

El otro instrumento vigente, el Programa de Asistencia a los Trabajadores de Talleres Protegidos, tampoco escapa al deterioro. Creado en 2006, prevé un pago mensual y ayuda para contratación de personal y adquisición de herramientas. Pero desde enero no se abona en tiempo y forma. Dicho programa no está en Apyad. 

En Apyad trabajan personas desde los 18 años, en su mayoría varones. La prioridad es para vecinos de Cañuelas, pero también llegan desde La Matanza, Ezeiza, el Hogar Del Rosario o el hospital ‘Dardo Rocha’ de Uribelarrea. Muchos viajan solos, con un nivel de autonomía ganado con los años.

El taller funciona en dos turnos de cinco horas, porque el presupuesto apenas alcanza para un solo supervisor. Según la normativa, deberían cumplir una jornada de ocho horas. Pero, una vez más, la realidad se impone sobre la letra de la ley. Además con lo que cobran superan por la cantidad de horas que permanecen en el taller. 

En paralelo, Apyad tiene relación con la Escuela Especial N.º 501, cuyos egresados pueden incorporarse al taller a través de una lista de espera. También participan por estos días en los Torneos Bonaerenses, otra forma de mostrar sus capacidades más allá del trabajo manual.

En este engranaje de esfuerzo silencioso, el Estado provincial y el nacional, a veces cumplen y otras vecen fallan. La entidad debe subsistir entre papeles, gestiones interminables, promesas truncas y presupuestos siempre escasos. “Cuesta mucho que entiendan que la discapacidad no es un favor. Es un derecho”, subraya Gorassini.

Más que un taller

En Apyad no solo se trabaja. Se cocina, se celebran cumpleaños, se contienen historias de vida atravesadas por la vulnerabilidad y la falta de oportunidades. Para muchos, este es su único espacio de pertenencia. En tiempos en que la exclusión crece y el mercado laboral se achica, Apyad es una muestra concreta de que con voluntad y organización se puede construir inclusión desde abajo.

Pero hace falta más: reglamentar la ley, garantizar los pagos, mejorar los ingresos, profesionalizar los talleres. “No pedimos privilegios. Solo que se cumpla lo que está escrito. Y que nos escuchen”, resume Graciela, mientras un plástico circula por una bobina en el taller ubicado en la avenida Libertad 181, casi esquina Sarmiento, donde atienden al público de 8 a 17. Los talleristas cortan las bolsas, sellan, cuentan, revisan y empacan para la venta. Esta es la actividad principal. Luego confeccionan también para su comercialización, trapos de piso, trapos rejillas, escobillones, escobas pequeñas y manualidades. Los operarios tienen la posibilidad de llevarse mercadería y venderla por su cuenta y recibir una comisión. 

Allí, donde no llega el Estado, llega la comunidad. Donde no hay certezas, se planta la voluntad. Donde la crisis es permanente, florece una dignidad que ningún recorte ni demora podrá extinguir.

 

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