Margarita Barrientos: “No me resigno a que la gente tenga que esperar un plato de comida"
Cumplió 25 años ayudando a los necesitados y logró reabrir el comedor de Los Pozos, donde asisten 240 familias. “Cañuelas es mi segunda casa”, dijo en una charla exclusiva con El Ciudadano. Y no pierde la esperanza en el país.
La charla se produce camino a Cañuelas, su “segunda casa”, según la propia protagonista de la entrevista. Ahí mismo, donde viven 7 de sus 12 hijos, “3 del corazón y 9 biológicos”, Margarita Barrientos encontró refugio para seguir alimentando a 240 familias. Había tenido que cerrar el comedor previo a la pandemia, pero desde septiembre pudo abrir otro en Miller y Luzuriaga. “Quiero dejar todo listo antes de pasar fin de año en Santiago del Estero. Quiero que la gente coma algo distinto el 31 de diciembre”, le dice a El Ciudadano en una charla exclusiva, antes de viajar a su provincia natal.
Y deja claro que, más allá del signo político que gobierne el país, ella seguirá adelante porque “mientras Dios me dé vida, yo tengo esperanza de que todo puede cambiar. No me resigno a que la gente tenga que esperar por un plato de comida al sol, con un cartón en la cabeza. No quiero que haya comedores; sueño que la gente tenga un trabajo digno y puedan elegir qué comer”.
Barrientos lleva un cuarto de siglo al frente de esta obra de espíritu altruista. Desde el 7 de octubre de 1996, cuando empezó a darles de comer junto con su marido, Isidro Antúnez, a 15 niños del asentamiento que, más adelante, se llamaría Los Piletones. “Yo trabajaba por hora en casa de familia y él cirujeaba. Entonces, él limpiaba dos panaderías y le daban el pan y las facturas del día anterior. Veníamos y las calentábamos en el fuego, porque la garrafa era un lujo. Así comenzamos”, recuerda con una sonrisa que se intuye del otro lado del teléfono.
Y cuenta, con orgullo y alivio, que está feliz de haber podido abrir el comedor “Thiago Andrés” en Los Pozos. El nombre, claro, tiene que ver con su nieto, fallecido a los 3 años y medio en un accidente. “Es el angelito que me cuida”, desliza. “La pandemia y la crisis nos había obligado a cerrar. No nos daban los recursos. También tuvimos que cerrar el comedor San Cayetano en Santiago del Estero. Y corríamos riesgo de que no pudiéramos mantener el Isidro Antúnez del Barrio Mangione. Eso hubiera sido terrible porque allí viven 17 abuelas y 6 abuelos. Tenía una depresión muy grande. Gracias a Dios, lo pudimos sostener y hoy tenemos esta posibilidad que se nos da en Los Pozos”, narra.
-¿Qué lugar encontró en Cañuelas?
-Es mi segunda casa. Acá viven 7 de mis hijos. Tengo nietos. Me gusta mucho. Cada vez que vengo para acá, hasta dejo preparada la plata para el peaje. Soy muy obsesiva. Incluso, reservo dinero por si se pincha la goma del camión. Habitualmente, venía los viernes, me quedaba el fin de semana. Joaquín, uno de sus hijos, y su nuera, Daniela, están al frente de este comedor en el que trabajan 8 voluntarios, entre ellos, la señora Pérez, una cocinera que hace “muy rico pan”. En la víspera de la Navidad, hubo pollo y ensalada rusa. Para Año Nuevo, Margarita compró 4 ristras de chorizos. “Para que coman algo diferente”, explica. Y agradece a la intendenta Marisa Fassi por el aporte de los materiales para la construcción del establecimiento. “Sólo nos falta el techo, pero ya estamos casi completos”, advierte.
-¿Cuánta gente come diariamente en Los Pozos?
-Son 240 familias. Todas retiran las viandas diariamente: desayuno, almuerzo, merienda y cena… Apenas abrimos el comedor fue un agradecimiento enorme. Sentía que tenía que hacerlo, aunque yo no lo hago por otra cosa más que por ayudar. Desde 1996, no paramos. Mi marido se murió en un accidente y yo seguí adelante.
-En estos 25 años hubo diferentes cambios de Gobierno y cada vez hay más gente que necesita de su ayuda. ¿Es un fracaso de la política?
-La verdad, es muy triste lo que está pasando. Una a veces piensa que viene un Gobierno y vamos a estar mejor; se va, viene otro y se-guimos pensando que vamos a estar mejor, pero no sucede. Lo único que nos queda es luchar por la esperanza de que algún día vamos a salir adelante.
-¿Se siente defraudada por la clase política?
-No sé si defraudada. Cada político que llega al poder está en su derecho de ayudarnos. Y, de alguna manera u otra, siempre nos ayudan. En este momento estamos recibiendo pan dulce del Ministerio de Desarrollo Social. Eso contribuye a que nosotros podamos despreocuparnos.
-Hace tiempo dijo que se sintió abandonada por el ex Presidente, Mauricio Macri. ¿Volvió a hablar con él?
-No, no volví a hablar en el último tiempo. Sí lo hice una vez que dije eso. Pero todo quedó en la nada. Yo sigo mi trabajo, él no sé en qué anda, si continúa con la política.
-Alberto Fernández la recibió en febrero. ¿En qué quedó la relación con el actual Presidente de la Nación?
-Pasó un tiempo, pero nunca habíamos recibido el alimento. Gracias a Dios, entró este ministro en Desarrollo Social, ‘Juanchi’ Zabaleta. Tiene otro carisma, es especial, está acostumbrado a ayudarnos. Y yo estoy muy agradecida. Igual que con Marisa, que es una maravilla. Cada vez que he pedido algo, siempre tuve una respuesta. Ella no ve la bandería política que uno pueda tener, eso me encanta.
-Usted dice que tiene esperanza. ¿Cómo hace para alimentarla?
-¿Usted cree que no hay esperanza en la Argentina? -Parece difícil desde los números actuales: 44% de pobres, 10% de indigentes, 6 de cada 10 chicos están bajo la línea de la pobreza.
¿Cómo hace para creer?
-Tengo fe de que vamos a salir adelante.
-Con esa afirmación cerró la grieta de la política.
-No sé si cerré la grieta. Lo que yo deseo con toda mi alma y quiero más que nada en el mundo es que la gente elija una milanesa, no que espere mi guiso. Faltan poquitas horas para 2022 y siguen existiendo los comedores. Lo que necesita la gente es un trabajo digno. Por supuesto que me preocupan esas estadísticas. Un chico pobre ya es mucho. Dos, peor. Pero yo tengo esperanza.
A los 60 años, Margarita dice que está delicada. “Tengo problemas coronarios, dos by pass, marcapasos, diabetes, soy hipertensa… No me falta nada, pero mientras Dios me dé salud, voy a seguir adelante con mi obra”, puntualiza.
-Con sus achaques y todo hace mucho más que otros que están sanos.
-Siempre busqué ayudar, no solamente dándole de comer a la gente. En Los Piletones tenemos dos jardines de infantes, está la UAI (Universidad Abierta Interamericana), tenemos una farmacia comunitaria, talleres de pintura y carpintería, bibliotecas, 64 abuelos meriendan y cenan, hay una huerta hidropónica, un refugio de mujeres, un polideportivo muy bonito. Seguimos trabajando y mostrándole a la gente dónde está el dinero que pone para ayudar.
-¿Qué dejó por todo este trabajo titánico?
-Estoy dejando la vida.
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