Con las abejas y la miel desde hace casi 50 años

Daniel Fis, desde Villa Visir, produce en nuestro distrito y hasta en La Pampa. Posee unas dos mil colmenas. Con sus hijos y un empleado tienen una producción desde 1972.

Daniel Fis tiene 67 años y es apicultor desde 1972. Debe ser el trabajador con más experiencia que tiene el distrito. Posee unas dos mil colmenas y el mes pasado, el día 21 fue el Día del Apicultor.

“El trabajo que hacemos es completo. Desde entregar la miel, producirla, las ventas a clientes y proveedores. Lo hago sin marca, sin nombre. No tuvimos gran expectativa para crecer más, es suficiente con lo que logramos”, dice sin muchos preámbulos este vecino de Alejandro Petión, más precisamente de Villa Visir.

“Dependiendo de las condiciones climáticas, empezamos a levantar la colmena y llegado el verano la producción, se las alimenta y cura. Como cualquier animal que sea grande, solo que estos son insectos”, resumió el experimentado productor que empezó por conocimiento familiar. “Mi abuelo ya tenía colmenas, mi padre algunas, y siendo adolescente estuve en un colegio salesiano donde teníamos apicultura. Tomé las riendas de las clases, me fui a trabajar con alguien que tenía más colmenas en el país que era por ese entonces Felipe Iparraguirre, socio de Wertheim; con ellos hice alguna temporada. Me puse solo con mis abejas en el año 1972 hasta que llegué hasta acá”, resumió.

Sus trabajadoras aladas las tiene además de Cañuelas en San Vicente, San Miguel del Monte, Lobos y luego en la provincia de La Pampa.

Con sus dos hijos y un empleado sale todos los días del año. “Cuando empieza la actividad de las abejas es todos los días, durante dos a cuatro meses. Se levantan los cajones llenos o casi completos, se los lleva a una sala de extracción, de forma manual y con máquinas. Ese material lo recibe una pileta de decantación, lo toma una bomba y tira al tanque madurador para luego llenar tambores, que se pasa a frascos o el envase que quiera el cliente”.

Y a pesar de tanta tecnología, “esta actividad no cambió mucho, se agregaron, por ejemplo, los extractores y algunas máquinas, pero la fuerza física con las colmenas en el campo sigue siendo el mismo que hace dos mil años. La espalda se esfuerza mucho. Hay que estar levantando en temporada cajones de unos 45 a 60 kilos. Son decenas de cajones subiendo y bajando. Es un trabajo de fuerza bruta. Los viejos lo seguimos haciendo, pero la juventud no quiere saber nada. Y en el verano estás a pleno con el sol, trabajando como hago yo con una camisa de grafa y un pantalón, mientras que los apicultores modernos usan el llamado buzo”, destacó el hombre descendiente de vasco-franceses.

 –¿Hay también miel trucha?

–Como en todos lados. Es indignante en algunos casos. No compren las cosas en las calles y hasta en negocios. Es jarabe con de alta fructuosa y colorante, sin vestigios de miel. Resulta que es jarabe de maíz, es insípida. También le ponen en las etiquetas alimentos a base de maíz. Y ninguna de ellas tiene una propiedad. La miel orgánica es otro guitarreo. Es para cobrar un peso más. En algunos lados donde no se siembre, no se fumiga, en un campo natural sale la miel orgánica y para que sea certificada tiene que salir por organismos nacionales e internaciones. Hacerlo es una fortuna de plata y después no te reconocen mucho desde lo económico de lo que sale la miel natural. No hay diferencias de una orgánica a una natural.

 –¿Nunca quiso hacer otro tipo de  trabajo del campo?

–No. Y creo que esto es de los más sacrificados en el mundo rural, pero alguien sin mucho capital puede ir creciendo y mantenerse. Está hecho para un trabajador. Nosotros no somos dueños de campos. Pedimos permiso y ponemos las colmenas, además le pagamos un porcentaje, algo que en otros lados le pagan al apicultor. Resulta que un girasol con abejas rinde un 70 por ciento más, la semilla tiene más peso y calidad. Lo mismo pasa con las peras y las manzanas.  

 -¿Están desapareciendo las abejas?

-Un poco, pero no tanto. Puede ser que en una zona de alta tensión elevada hace que las abejas se desorienten y pierdan. También tienen enfermedades, como se llama a la desabejasación (sic), algo que está en estudio y no se conoce bien. Las abejas se van de las colmenas hasta dejarlas vacías, pero eso no está pasando todavía acá. Y lo que ocurre es que la colmena no está bien curada.

 –¿Y Cañuelas qué presencia tiene de apicultores?

–No hay apicultores grandes, serán dos, son todos chicos.

 –¿Hay diferentes calidades de miel?

–La miel de Udaondo tiene una cualidad, sacás en Uribelarrea y es otra cualidad. De acuerdo a la floración es calidad, sabor y color de la miel.  En un mismo partido puede haber muchas diferencias.

 –¿El país qué nivel tiene?

–Llegamos a ser destacados. Pero hace una década peleábamos a la par de los chinos con el primer puesto de exportación.

 –¿El consumo aumentó?

–Muchísimo. Y esto de los veganos, vegetarianos, dietéticas, locales desde verdulerías a supermercados se fueron todos a vender miel.

 –¿Y la apicultura en pandemia, qué pasa?

–Y… hemos pasado todo tipo de crisis económicas y no ha sido fácil. Hoy estás arriba y después abajo, como un serrucho. Hace unos cinco años que estamos en un término medio.


Con unas dos mil colmenas que se extienden desde Cañuelas hasta localidades de La Pampa, un cañuelense con parte de su familia llevan adelante una tarea milenaria.


Leandro Barni - leandrob@elciudadano.com.ar

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