La mezquita de Cañuelas reabre sus puertas tras años de persecuciones, juicios y sospechas

Al-Imam vuelve a estar abierta a la comunidad. Su historia está atravesada por la vida del sheij Abdala Madani, un porteño que soñó con el cine y terminó convertido en un referente religioso. Ahora, luego de acusaciones y resistencias, vuelve a poner en pie al templo que lo marcó para siempre.

Interés general19/08/2025Leandro BarniLeandro Barni
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La mezquita Al-Imam reabre sus puertas en la esquina de Rivadavia y Florida.

La esquina de Rivadavia y Florida, en Cañuelas, fue durante mucho tiempo una postal muda: paredes gruesas de sesenta centímetros, puertas cerradas, ventanas chicas, la pintura deslucida. Un edificio que parecía tapiado, como si nadie quisiera que dentro pasara algo. Pero ahí estaba, la primera mezquita bonaerense, consagrada en 1988. Durante décadas fue objeto de miradas torcidas, de rumores, de papeles judiciales que la convirtieron en sospechosa antes que en templo. Ahora, con andamios en la vereda, paredes recién tiradas abajo y un salón ampliado para recibir 120 fieles, el edificio respira otra vez. Y detrás de su resurrección está un hombre que nació en Parque Patricios, hincha de Huracán, amante del cine, que terminó convertido en el sheij Abdala Madani.

De Parque Patricios a Teherán

Madani carga con una genealogía de novela: abuelo marroquí, abuela italiana, madre tucumana. Él nació el 11 de noviembre de 1962 en la Maternidad Sardá de Parque Patricios. Su mamá, Naima, enfermera; su papá, Abdala Hesaine, electromecánico y marino mercante. El pibe Abdala fue a la secundaria en Boedo, soñaba con dirigir películas. Admiraba a Leopoldo Torre Nilson, a Leonardo Favio. Una tarde incluso se acercó hasta el velorio del primero. Pero su destino cambió en un televisor: vio a Jomeini en plena revolución iraní y algo le hizo clic. En vez de cámaras y guiones, quiso rezos y suras.

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El sheij Abdala Madani, hincha de Huracán y amante del cine, dirige la mezquita desde 1989 y sobrevivió a décadas de sospechas judiciales.

En los ochenta viajaba cada fin de semana a Cañuelas para dar clases de árabe. En 1989, con apenas 27 años, fue elegido sheij de la nueva mezquita local. Ese mismo templo fue escenario de su boda: el 25 de enero de 1990 se casó con Amina Chale, una joven con raíces sirias que, al escucharlo, decidió hacerse musulmana. Allí fundaron su hogar. Allí nacieron sus hijos: Mohammad Alí Ahmed, Abdala Nilo Amir y Fátima Amina Naymah.

La mezquita sitiada

Con la bomba en la Embajada de Israel primero y la AMIA después, la mezquita de Cañuelas pasó a ser blanco. “Desde 1992 empezamos a ser perseguidos injustamente”, repite Madani, mientras sus manos cargadas de anillos con piedras rojas y azules cortan el aire. El fiscal Nisman lo procesó; años más tarde fue absuelto, aunque pocos lo contaron. “Ganamos el juicio, pero nadie lo difundió”, dice con un dejo de bronca que nunca terminó de apagarse.

En esos años oscuros, los vecinos vieron policías, periodistas, espías sacando fotos. También vieron otra cosa: camiones de donaciones que salían desde la mezquita, ropa para Cáritas, mercadería repartida con el cura párroco de la ciudad. “Nunca tuvimos problemas con nadie. Ni pelea, ni insulto. Eso no lo permite la religión”, insiste Madani.

El cineasta que quedó adentro

La paradoja de su vida es que nunca dejó de escribir. Entre viajes a Irán para estudiar persa y clases de árabe en La Plata, entre juicios y embargos, siguió garabateando guiones. Sueños de películas que nunca filmó, pero que conserva en carpetas apiladas. Tal vez un eco de ese joven que en Boedo se perdía en matinés de cine nacional.

En 1996 llevó su vocación de difundir el islam a la televisión: fundó “Takbir”, el primer programa islámico en Canal 4 Cañuelas. Era él, junto a un grupo de jóvenes locales, hablando de religión en un estudio con luces que parecían de kermés. Lo recuerda con ternura: “Siempre me gustó el cine. Eso me ayudó también a enseñar”.

El regreso

Hoy, la mezquita vuelve a abrir. “La gente de Cañuelas quiere la mezquita y la respeta. Nunca trabajamos solo para la comunidad islámica”, asegura. Lo cierto es que las reformas cambiaron la esquina. Se tiraron paredes, se ampliaron ventanas, entró la luz. El salón que parecía un cuarto cerrado ahora respira. “Antes entraban treinta, ahora ciento veinte. Queremos que sea un lugar para todos.”

Las obras de refacción ampliaron el salón principal de 30 a 120 personas, con paredes derribadas, pisos nuevos, más luz y una fachada renovada en la esquina de Rivadavia y Florida.

Pero el contexto no cambió tanto. Hace poco el fiscal Sebastián Basso pidió la captura del líder supremo iraní y la sombra volvió a caer sobre Rivadavia y Florida. Madani lo resume así: “Esto raya con la locura. Irán es inocente. Nosotros también.” Mientras lo dice, baja la voz y se lo escucha más cansado que enojado.

La reapertura de la mezquita es también la suya. El regreso de un hombre que alguna vez quiso ser cineasta, que se enamoró en una clase de árabe, que sobrevivió a los expedientes judiciales, y que ahora vuelve a encender el minarete en un pueblo donde lo miran con curiosidad, con respeto y todavía con un poco de desconfianza.

La esquina de Cañuelas está otra vez abierta. La historia de Abdala Madani también.

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