Interés general Por: El Ciudadano 27 de noviembre de 2021

Historias mínimas: La noche eléctrica

Un grupo de amigos cañuelenses se subieron a un viejo Peugeot para lanzarse detrás del sueño de cualquier guitarrista, estar cerca de Maclaughlin y Gismonti, icónos de la época. Musas inspiradoras para Perico Burgos.

De izquierda a derecha: Hugo Almirón, “El Flaco” Uzal, “El Mono” García, Perico Burgos, Marcelo Farias y Juancho Basigal

Por Martín Aleandro

El rock para los jóvenes es sinónimo de libertad. Rompe, de alguna manera, las estructuras de la sociedad conservadora. Tengamos en cuenta que en los años ‘50 la infancia transcurría en pantalones cortos. Cuando los padres les regalaban los pantalones largos era sinónimo adultez: formar familia y buscar trabajo o viceversa. No había muchas vueltas. El Rock en Inglaterra y Estado Unidos  nace como equivalente de liberación. Fue una revolución cultural y social muy importante. Luego de Bill Halley y sus cometas, Elvis Presley, The Beatles, y ya con The Rolling Stone o The Who como motor, surgen los grandes festivales al aire libre: Monterey Pop y Woodstock son el referente absoluto para esta generación. Los años ‘60 marcan esta nueva y colorida visión del mundo: el Flower Power. En Argentina se comienza a vivir este sueño de libertad ya entrados los años ‘70. Almendra, Sui Generis, La pesada de Billy Bond, Rubén Rada, Celeste Carballo, Manal, y tantos otros marcaron un camino a seguir. El festival BArock (Buenos Aires rock) fue emblemático. Los jóvenes tenían mucho para decir y el lenguaje del rock sería el elegido. 
Ser rockero es ser parte de algo distinto, pertenecer a una estirpe que desacartona la estética y busca distinguirse de las demás. La guitarra eléctrica, el pelo largo, los jeans gastados y las zapatillas de lona bien caminadas dan esa sensación de: “hago lo que quiero”. El Rock es un poco eso.
En la ciudad de Cañuelas también hubo un “comienzo”, como dice Vox Dei. Los años setenta anunciaban con su música progresiva y el surgimiento del Rock Nacional que ya nada era lo mismo. Pero todo sucedía en Capital Federal y la distancia complicaba ese “pertenecer”. Los medios de trasporte eran lentos y cansadores. Por esta razón los adolescentes de estos pagos muchas veces se quedaban fuera del circuito y recibían la información con un delay importante. Se compraban vinilos y las revistas “El expreso imaginario”,  o “Mutantia”, y luego la “Pelo” cuando se podían hacer una escapada a Capital durante el día en la semana. La noche Porteña era esa joyita difícil de vivir.  


El 30 de mayo de 1979 en el Luna Park se organizó un Festival que quedó para siempre en la historia de Jazz-rock. El show se dio en el marco del Buenos Aires Festival en un momento en el que no pasaba nada. La dictadura había bajado la persiana y poco se sacaba a la luz. Este recital era aire fresco y una oportunidad de encuentro.
John Maclaughlin y Egberto Gismonti eran el sueño de cualquier joven compositor de la época. Dos científicos de la música. Imperdible. 
En Cañuelas los músicos eléctricos eran pocos pero buenos e impacientes. Ya caminaban por la calle Libertad en busca de encontrarse. El rock estaba naciendo en el pueblo y ellos eran los que portaban el estandarte. 
Con el tiempo sus propios hijos y otros jóvenes inquietos seguirían su camino consolidando para siempre la música de rock en Cañuelas. Jonathan Burgos lo cuenta entre risas y admiración. Su padre, “Perico” Burgos y los amigos Juancho Bacigalupo, Willy Tschich y Hugo Almirón no se podían perder ese Festival. Maclaughlin era, para los guitarristas de la época, un faro a seguir y verlo en vivo sería una fiesta. Ellos eran en ese momento la juventud ecléctica, buscaban sin darse cuenta renovar el aire. Estaban a la vanguardia y con sus lentes oscuros de sol veían más allá de la pampa húmeda. Trascurría el 30 de mayo y el show era a la noche. Se enteraron que había entradas de sobra. Sin mucho pensar sacaron (casi sin permiso) de la cochera un viejo Peugeot 403 del abuelo que no se usaba hace mucho tiempo. Era la única oportunidad. Salieron camino a Capital y a poco andar se dieron cuenta que no tenía nafta. Cargaron. Tampoco tenía frenos. Desde ese día no pararon nunca más. 

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