Policiales Por: El Ciudadano13/03/2021

‘El Chajá’ trata de rehacer su vida con un dolor que no cesa

Es la primera vez que Alberto ‘Chajá’ Porciel habla con un medio: “Quiero que no salgan, porque salen a matar”. A seis meses del crimen de Mirta Barcia, su esposo, militante del PJ, ex concejal y empleado de Anses-Cañuelas, cuenta cómo fue perder a su mujer en un hecho que todavía falta por llegar a juicio oral y público.

La vida de ‘Chajá’ Porciel no es la misma desde que le dijeron que Mirta Barcia había sido atacada durante un asalto.

La noche del 8 de septiembre de 2020 Alberto Porciel, de 64 años, estaba en su hogar familiar en el barrio Sarmiento, con el fuego encendido y terminando de cocinar. Había tenido un día bastante relajado por la licencia otorgada a ciertos trabajadores por la pandemia en la delegación de Cañuelas de la Anses, pero abocado como siempre a varias tareas domésticas. Su esposa, Mirta Barcia, había ido a la casa de su hermana. Los hijos de ambos estaban también en la casa esperando que regrese la madre para reunirse para cenar. Era el momento del día donde todos se juntaban.  
Pasadas las 21, suena el teléfono celular de ‘Chajá’, era su nuera, que entre sollozos y gritos le decía que su mujer había sido atacada por ladrones. Mucho más no sabía sobre lo que había sucedido. Se subió al auto y lo siguieron sus hijos. En las calles había poca circulación de vehículos y de personas. Las pocas cuadras que separan el Sarmiento de La Capilla las hizo a la velocidad de un rayo; sentía un pequeño agujero en el centro del pecho.  
Cuando llegó Mirta todavía estaba tendida en la vereda, ‘Chajá’ tomó a su mujer, y con el resto de la gente que estaba en la vereda de calle Vicente Casares trataron de acomodarla en su auto. Los llamados a conocidos del concejal con mandato cumplido del oficialismo se desplegaron en instantes entre amigos y contactos, entre los que estaba la intendenta Marisa Fassi. Mirta era personal de la secretaría privada de la jefa comunal. Aunque la mujer herida estaba de licencia, también por la pandemia, había un acercamiento afectivo que superaba al estrictamente laboral. El Hospital Marzetti aguardaba una intervención urgente.  
Alberto cuenta el suceso sentado en la sala de reuniones de El Ciudadano y se quita los anteojos de sol y el barbijo rojo con un salvavidas que le regaló su hijo Marcelo que se dedica a esa activad. Pide un vaso con agua y usará varios papeles descartables. Tiene un tostado producto de la pesca de lisa y pejerrey por distintos sitios de la Provincia. Es algo que hace desde hace más de tres décadas. También dice que es para aumentar las defensas contra el coronavirus. Todavía no recibió la vacuna. Además, sigue con la pelota paleta y la bicicleta.  Y por supuesto siempre al tanto de la política y acompañando a Gustavo Arrieta y Marisa Fassi. 
Alberto vivía con Mirta ocupando el mismo chalet de calle Alem con sus dos hijos Marcelo (33) y Javier (34), una nuera y un pequeño nieto.  Cuando dice “fueron 46 años unidos” los surcos del entrecejo se profundizan. Cierra los ojos y se lleva las manos a la cara. La vitalidad con la que cuenta se frena. Se echa hacia atrás, se acomoda los cabellos largos y salen unas lágrimas.   
Es la primera vez que habla en un medio de comunicación después del crimen.  
Mirta estaba con su hermana, una sobrina y un nieto de 8 años en la vereda de Casares al 100. Era otra jornada de las visitas habituales y de llevarle cosas para la vida cotidiana a su hermana jubilada y con una serie de problemas de salud. La mujer del ‘Chajá buscaba afuera de la casa las llaves del coche estacionado arriba de la vereda.  Encendió la linterna del aparato celular apuntando a un bolso y aparecieron los asesinos. Las rodearon, forcejearon segundos y dispararon. También usaron algo punzante contra el pecho, al corazón. A las corridas se llevaron el celular. En el camino fueron dejando algunas prendas de vestir, sus figuras fueron captadas por algunas cámaras de seguridad de particulares y registradas en la retina de algún vecino.  

 “Nos destruyó” 
Los acusados, Leonardo Ezequiel Quinteros, de 28 años, y Juan Pedro Corbalán, de 29; ambos de Cañuelas, se acusan mutuamente. Andaban a pie y buscando alguna víctima casual. Intentaron frenar a un ciclista que advirtió una situación de amenaza y lo perdieron. El episodio quedó registrado por una cámara de seguridad. En esa cacería vieron a tres mujeres y un pibe en calle Vicente Casares.  
“Esta gente que ahora está detenida estaba con prisión domiciliaria. Eso es incontrolable. Me da mucha bronca.  Y con la pandemia estaba en su casa, sin pulsera, porque se lo otorgó un juez. Esto pasó con otro montón de gente que salieron a matar y a ella la agarraron por nada, por un teléfono celular”, menea la cabeza. Y agrega: “Ella estaba con su familia, en su casa donde nació, de su barrio, saludando a los suyos, distendida. Cómo vas a pensar que te van a meter un tiro acá”, detalla muy serio y se lleva el índice derecho al esternón.  
“Es gente que no piensa ni en la familia propia, que drogados salen a matar. A nosotros nos destruyó, es traumático, es una barbarie. Los primeros tres, cuatro meses no podía tocar el tema. Pero recibí mucho apoyo de los amigos, de mis pares, de la comunidad, de Gustavo (Arrieta), de Marisa (Fassi), que se movieron esa noche, de los médicos del Marzetti Charlón e Iñiguez, mi abogado Sergio Nucifora, quien estuvo ahí. Lo mismo que el equipo del fiscal Lisandro Damonte que hicieron un gran trabajo”, dice con expresión inquisitiva.   
Y hay un tercer implicado, Alan Gabriel Arrieta, de 19, acusado de encubrimiento agravado. En su poder se encontró la tarjeta SIM del teléfono Samsung de la víctima. Era un aparato flamante y que su marido compró en cuotas.  
“Mirta estudió un montón de años música en el conservatorio de Morón. Cuando viajaba a Morón ya le tenía miedo a eso. La distancia, el viaje, las noches.  Y la mataron en la casa que nació”, exclama y se le contrae la voz.  
Mirta no llegó a ingresar con vida al hospital municipal. Las tareas de reanimación que le practicaron sus hijos en el traslado no alcanzaron.  
Al día siguiente del hecho se hizo una marcha y también por el homicidio de Daniel López, de 39 años, ocurrido en Las Chapitas, el día 5 de septiembre. ‘Chajá’, movilizado por unos allegados, se hizo presente al igual que su familia. Se mantuvo al final de la caravana y caminó entero escoltado por sus íntimos.  
Un 18 de noviembre de 1974 Alberto y Mirta se cruzaron en la discoteca Sherezade de nuestra ciudad. Tras nueve años de noviazgo se fueron al altar de Nuestra Señora del Carmen. Un día antes Alfonsín se hacía cargo del gobierno nacional. Y desde esa fecha “estuvimos espalda con espalda”, destaca en tono cariñoso.   
Hija del profesor de música Marcelo Barcia, Mirta no siguió la carrera política de su marido, que tuvo dos mandatos de concejal, pero simpatizaba con el justicialismo. ‘Chajá’ desde fines de los 90 se metió en una agrupación del PJ y luego se unió para siembre con Arrieta y Fassi. Antes fue vendedor y comerciante. Cuando se instaló Anses en Cañuelas y su titular fue Marisa, lo convocó al ‘Chajá’ en la oficina. Mirta había obtenido el título de Maestro Mayor de Obra en la Escuela Industrial y además era docente de música en nuestra ciudad. Luego se sumó al plantel municipal y llegó a manejar la agenda de Fassi.  
Porciel reconoce que cuando Mirta ya era un cadáver lo atraparon los pensamientos. “’ ¿Los irán a agarrar a estos? Era de noche, con la pandemia’, me decía. Pero el fiscal se movió por todos lados y Marisa también. Este y todos los hechos no pueden quedar impunes. La droga hace estas cosas”, comenta levantando las manos.  
Alberto se vuelve a frenar. Repasa todo para encontrarle sentido “Que se haga justicia, que paguen, que den perpetua. Estos no pueden salir y no salen mejor. No pueden –agrega– estar dando transitoria, salen por la droga y vuelven a salir a matar. Tienen la cabeza quemada. Esos detenidos por la edad pueden ser como mis hijos, pero qué le enseñaron esos padres, qué mesa familiar tuvieron”. 


Leandro Barni – leandrob@elciudadano.com.ar

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