La historia de Marcial, el adolescente que superó un cáncer de mandíbula gracias a la fuerza de su madre y la solidaridad de un pueblo
Hace un año, el joven de 15 años había sido diagnosticado con un osteosarcoma maxilar. Hoy, tras meses de tratamientos en el hospital Garrahan y una campaña solidaria que movilizó a toda la comunidad de Vicente Casares, está recuperado. El agradecimiento de su mamá, Virginia.
“Ahora lo miro correr, reírse, ir a la escuela con sus amigos, y no lo puedo creer. Es un milagro”, dice Virginia, de 48 años, y su voz se emociona. Habla de Marcial Castera Echenique, su hijo de 15, que el año pasado fue diagnosticado con osteosarcoma maxilar derecho, un cáncer de huesos que le afectó la mandíbula. La noticia llegó en agosto y les cambió la vida para siempre.
“Nos pasamos meses entre quimios, cirugías, prótesis y recaídas. Primero le colocaron una prótesis que el cuerpo terminó rechazando. Hubo que volver a operar y empezar otra vez”, recuerda. Marcial soportó ciclos de quimioterapia intravenosa que recién finalizaron en junio de este año. Ahora continúa con un tratamiento de mantenimiento diario, con medicamentos orales que Virginia le administra en su casa. “Todavía queda camino por recorrer —explica—, pero él está fuerte, con ganas de volver a su vida”.
El cáncer afectó también su corazón, como secuela de una de las drogas utilizadas durante la quimio. Aun así, la recuperación avanza. “Falta una cirugía más: van a sacar un hueso de su pierna para reconstruirle la mandíbula. Pero primero tienen que asegurarse de que no haya rastros de enfermedad. Mientras tanto, él empezó la escuela en septiembre y volvió a entrenar con sus amigos en la escuelita de fútbol de Casares. No puede jugar todavía por el catéter, pero está feliz de volver al club”, cuenta Virginia.
Marcial cursa en la Escuela Nº 10 de Vicente Casares, donde todos lo cuidan. “La directora, los maestros, sus compañeros… están pendientes de él. Saben que no puede estar en lugares cerrados o muy llenos, pero lo acompañan con un amor enorme”, dice su madre. En el pequeño pueblo, cada paso de su recuperación se celebra como una victoria compartida.
Durante los meses más duros, Virginia dejó todo. Su trabajo, su casa, sus rutinas. “Dejé la casa en manos de una amiga, y con ella a mi hija adolescente Verena. Yo me fui a vivir al Garrahan, porque Marcial necesitaba atención constante. Fueron meses interminables, pero también llenos de amor. A cada rato abría el teléfono y tenía cien mensajes: gente preguntando qué necesitábamos, ofreciendo ayuda, organizando eventos para recaudar fondos. Fue impresionante”.
Los vecinos de Vicente Casares y Cañuelas se movilizaron: rifas, ferias, festivales, colectas. “No pude asistir a ninguno, pero sé que fue maravilloso. Todos colaboraron: amigos, conocidos y hasta personas que nunca había visto. Gracias a ellos pude sostener la estadía en Buenos Aires, seguir con los tratamientos, comprar la comida que los médicos me indicaban. Marcial tenía una dieta especial, con productos de marcas específicas, y eso era costoso. La solidaridad nos sostuvo. La gente nos abrazó, nos dio fuerzas para seguir”.
Virginia habla de esa red con emoción. “Mi pueblo es una gran familia. Rezaron, prendieron velas, mandaron mensajes. Cada gesto llegaba. Sentíamos que no estábamos solos”. También agradece el acompañamiento del municipio: “La intendenta Marisa Fassi estuvo desde el primer día. Me recibió en su despacho, se puso a disposición, y lo sigue haciendo. Sé que cuando llegue el momento de la reconstrucción va a estar ahí”.
Mientras tanto, Marcial disfruta del presente. Asiste a clases, entrena, juega cuando puede, y sueña con volver a las canchas. “Es un guerrero —dice su madre—. Enfrentó esta enfermedad con una madurez increíble. Tiene solo quince años, pero una fuerza que me enseña todos los días”.
El proceso dejó huellas, pero también aprendizajes. “Uno cambia —admite Virginia—. Aprendí a valorar lo simple, a agradecer cada mañana. Hoy lo veo con su pelo, con energía, y me parece un sueño. La vida se detuvo un año, y ahora de a poco vuelve a arrancar”.
Sobre el hospital Garrahan, Virginia es enfática. Mientras en el país se discuten recortes y críticas, ella solo tiene palabras de gratitud. “Hay una calidad humana enorme. Desde los médicos hasta las señoras de limpieza, todos te tratan como si fueras parte de su familia. Estuvimos internados durante paros, pero nunca nos faltó atención. Si no miraba la tele, ni me enteraba. Los médicos estaban siempre ahí. Es injusto que se critique a gente que deja todo por los chicos. Son héroes silenciosos”.
Menciona con cariño nombres que ya son parte de su historia: Eduardo, el farmacéutico que preparaba las quimios; Fran y Nathalie, del equipo médico; Mechi, la enfermera que le hacía reiki a Marcial para que se relajara. “Hasta eso ofrecían: atención psicológica, terapias holísticas, todo lo que el chico necesitara. Escuchaban, acompañaban, cuidaban. No tengo palabras para agradecer tanto”.
Hoy, mientras se prepara para nuevas etapas del tratamiento, Virginia mira hacia atrás y comprende el recorrido. “Todavía falta, sí. Pero ver a Marcial así, con ganas de vivir, me llena el alma. Todo lo que pasó tuvo sentido gracias al amor de la gente. No hay otra forma de explicarlo”.
Respira hondo antes de cerrar la charla. “A veces pienso en el primer día, cuando me dieron el diagnóstico. Sentí que el mundo se terminaba. Y sin embargo, acá estamos. Mi hijo está bien. Y eso lo hizo posible toda una comunidad, un hospital lleno de ángeles y un Dios que nunca nos soltó la mano.”
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