Viaje a lo desconocido: una jugadora de hockey de Las Cañas recorrió Kenia, Tanzania y la isla de Zanzíbar
Entre safaris, tribus masai y playas del Índico, Camila Pérez Giorgi eligió con su pareja y amigos un destino exótico y poco frecuentado por argentinos. La experiencia, de más de veinte días, incluyó largas escalas, choques culturales y la convivencia con realidades muy diferentes.
Camila Pérez Giorgi tiene 28 años, es licenciada en Relaciones Públicas, trabaja en marketing y hace más de una década se instaló en la Ciudad de Buenos Aires, aunque nació en Cañuelas. Este invierno decidió emprender junto a su novio y otra pareja de amigos un viaje distinto, lejos de los destinos clásicos. La primera idea había sido Tailandia, pero pronto la conversación tomó otro rumbo: ¿por qué no algo realmente exótico? Así surgió la decisión de viajar a Kenia y Tanzania, y también la isla de Zanzíbar, en una travesía que se extendió por más de 20 días.
El periplo comenzó con un itinerario de casi 30 horas, entre vuelos y escalas en San Pablo, Nairobi y Etiopía. “No sabíamos qué aplicaciones podíamos usar ni cómo movernos en cada lugar. Fue agotador, pero la adrenalina lo compensaba”, cuenta Camila, quien es además jugadora de hockey en Las Cañas. Para los traslados apelaron a Uber y Airbnb, aunque también se animaron al transporte público, con la intención de acercarse a la vida cotidiana africana.
En Nairobi se encontraron con una ciudad vibrante y financiera, con barrios modernos y edificios de oficinas. Pero el contraste con las afueras resultó abrumador: basurales a cielo abierto, casas de barro o chapa y familias que lavaban ropa en ríos contaminados. “Fue siempre chocante el nivel de pobreza. Casi no se notan las clases sociales, porque ellos no conocen otra cosa. Ver eso me hizo valorar mucho más lo que tenemos en Argentina, como el sistema de salud y de educación. Son cosas que no podemos perder, aunque tengamos otra realidad”, reflexiona.
Durante la estadía realizaron safaris en vehículos todoterreno. Allí, además de jirafas que se acercaban hasta rozar las ventanillas y leones que caminaban al lado de la camioneta, fueron testigos de escenas de naturaleza pura: “En la sabana vimos animales inofensivos y, de golpe, apareció un pájaro enorme y muy feo. Y en segundos, una hiena salió de la nada. Fue una secuencia espectacular”.
El encuentro con la tribu masai fue uno de los momentos más intensos. “Los adultos usan túnicas rojizas y chalinas, mientras que los chicos visten ropa común. Son nómades y poligámicos, viven de lo que recolectan y desayunan con sangre de vaca. Las mujeres construyen las casas y los hombres buscan alimento. Los niños tienen mucha libertad, aunque también vimos nenes durante doce horas expuestos a cualquiera, ofrecidos por sus familias a cambio de unas monedas. Eso fue muy doloroso”, relata.
En Tanzania, el perfil urbano era algo más desarrollado, con construcciones más sólidas y edificios más altos. Aun así, la pobreza seguía siendo el denominador común. Los mercados exhibían carne colgada a la intemperie, y la dieta se basaba en pollo, carne, tortillas de maíz y arroz con verduras. Para cuidarse, los viajeros evitaron frutas y ensaladas. “Fue un viaje donde había que estar preparado, más que en cualquier otro. Es salir de la zona de confort del turismo convencional y abrir la cabeza. Allá hay otra normalidad, y hay que estar listo para la sorpresa y la angustia”, reflexiona Camila.
La isla de Zanzíbar fue el cierre perfecto. Playas de arena blanca sobre el océano Índico, aguas turquesa y un ritmo de vida más relajado. Allí convivieron con la hospitalidad de los locales, aunque también se toparon con escenas duras: “En el hotel vimos tribus con nenes de apenas dos años que llevaban horas sin comer ni beber, algunos terminaban comiendo arena. Fue chocante”.
Más allá de los contrastes, Camila rescata lo positivo: la amabilidad de la gente, la alegría de los niños y la fuerza de una cultura que sobrevive a las dificultades. “Si tengo que resumir el viaje en pocas palabras diría contrastes, diferencias, aventura y hospitalidad. Fue enriquecedor y me marcó como viajera. Hoy me siento más aventurera y más consciente de todo lo que tenemos en casa”.
La falta de información confiable en la web fue otro desafío. Una conocida que había hecho voluntariado en África le sirvió de guía previa, pero la mayoría del itinerario lo armaron solos. “Por eso, a quien piense en viajar le diría que se puede pasarla bien, pero hay que informarse, prepararse y tener la mente abierta. No es un destino sencillo, pero sí profundamente auténtico”, asegura Camila.
El viaje, realizado en junio de este año, la dejó con imágenes que se mezclan entre la belleza y la dureza: jirafas majestuosas, niños descalzos pidiendo comida, playas paradisíacas y ciudades caóticas. “Fue un contraste tras otro, y eso es lo que lo hace inolvidable”, concluye.
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