Llega el momento de la sentencia por el crimen de Alex Campo, un chico que soñaba con jugar al rugby y cantar rap
Este lunes, en los tribunales platenses, se conocerá el fallo por la muerte del adolescente, que fue embestido por Rodolfo Sánchez con una camioneta el 24 de mayo de 2020. El chico estaba cazando liebres. Su madre Claudia espera justicia con la fuerza de los que ya lo han perdido todo.
La historia de Alex Campo se detuvo en seco el 24 de mayo de 2020. Una Dodge RAM lo alcanzó en la llanura de un campo, entre la suave neblina de una cacería de liebres y el grito ahogado de sus dos amigos. Desde entonces, su madre Claudia Cortés no volvió a dormir como antes, ni a mirar la vida como antes, ni a respirar como antes.
Este lunes, el Tribunal Oral en lo Criminal N° 4 de La Plata leerá la sentencia contra Rodolfo Pablo Sánchez, acusado de embestir y matar a Alex, que tenía apenas 15 años y había entrado al campo del productor rural junto a sus amigos a cazar con galgos. El establecimiento está ubicado en el km. 72,500, de la Ruta 205. El fiscal Mariano Sibuet pidió prisión perpetua. "Por alevosía", dijo. La muerte como una decisión. La defensa, a cargo del abogado Fabián Améndola, solicitó entre 1 y 5 años de condena. "Un choque", argumentó. Una tragedia involuntaria.
Claudia nunca aceptó atajos. Le ofrecieron alternativas económicas para evitar el juicio, le hablaron de cerrar la causa con una probation. Pero ella fue clara desde el primer momento: quería justicia. “Mi hijo no se arregla con plata”, dijo una y otra vez. Esperó con firmeza que todo se resolviera en un juicio oral y público, a la vista de todos.
Mientras tanto, Claudia sigue firme, aunque su vida haya cambiado desde aquel día como se cae una pared sobre la mesa familiar. Ella, que atiende un kiosco en el barrio Guzzetti, cerró cada jornada en que hubo audiencias para viajar a La Plata con sus hijos y su esposo, Carlos Duhalde, el padrastro de Alex. “No me sobra, pero me alcanza para vivir”, repite la mujer. Como un mantra. Como una trinchera.
La familia sigue reunida, aunque no como antes. “Nosotros éramos de mesa larga, de comidas caseras”, recuerda Claudia. Ahora, las reuniones son más cortas, más apagadas, más calladas. Uno de sus hijos estuvo internado este año en el hospital de Niños de La Plata; otra hija atraviesa un embarazo complicado. Y Claudia los acompaña como puede. Con la mochila del dolor a cuestas. Con la silla vacía de Alex siempre al lado.
En las audiencias, los hermanos del chico estuvieron presentes. Callados, firmes. No interrumpieron nada. Supieron ocupar su lugar en silencio, como quien mira de frente el juicio de lo irreparable.
Alex había empezado a trabajar como ayudante de albañil gracias a un comerciante de su barriada. Se compró un ciclomotor con su sueldo. Claudia temía los accidentes de tránsito, claro, pero jamás pensó en la muerte por sus fieles galgos. Nunca imaginó que su hijo, que jugaba al rugby y compartía la caza con amigos como si fuera un ritual de iniciación, iba a encontrar su final de esa forma. Como un animal perseguido.
En la casa de Claudia Cortes todavía están los elementos del cuarto que Alex. El chico quería levantar su pieza. Unos ladrillos apilados, una bolsa de cal olvidada en la lluvia. “Quería tener su pieza propia, al lado de la casa”, dice la madre. Era un proyecto chiquito, como los que se sueñan en la adolescencia, cuando la vida todavía está en borrador. Pero ese cuarto nunca se terminó. Tampoco el sueño de Alex.
Alex era muchas cosas. Jugador de rugby en el club Las Cañas. Militante del MTL como su familia, en las asambleas barriales. Rapeaba en las plazas, con rimas improvisadas que le nacían de la calle y la rabia. Participaba en murgas. Jugaba a la pelota con los pibes de la cuadra, andaba en bicicleta. Era uno más del barrio, pero también uno de los que ya pensaba en algo más.
Cazar con galgos era apenas una costumbre compartida, una travesura de campo. Una práctica antigua, casi ritual. Nadie imaginó que el peligro iba a venir por una camioneta, y no por una curva en la ruta.
Hoy se conocerá la sentencia. Lo sabrán todos: Claudia, sus hijos, los vecinos de Guzzetti. También, Rodolfo Sánchez, de 62 años, el hombre detrás del volante. ¿Habrá justicia? ¿Habrá consuelo? En los tribunales, tal vez se cierre un expediente. Pero en Guzzetti, el duelo sigue abierto. Como el campo. Como el grito que no se escuchó a tiempo.
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