El Gauchito Gil, el santo de los vivos y de los muertos, y la historia de un crimen sangriento
El promotor y dueño de un santuario en Los Pozos fue maniatado y acuchillado, como si fuese un ritual satánico. Ocurrió hace 25 años y fue un hecho espeluznante que -aún hoy- deja grandes interrogantes. Hubo un detenido (Hernán Colman) y un cómplice sospechado.
Todos los 8 de enero, en cualquier rincón de este país, se prende una vela roja por Antonio Mamerto Gil Nuñez, más conocido como el Gauchito Gil, nacido en 1847 en Mercedes, provincia de Corrientes. Un gaucho justiciero, un "Robin Hood criollo" que -según la mitología popular- "le robó a los ricos para darles a los pobres peones". Dicen que -también- hacía milagros, curaba enfermos y que hasta resucitaba muertos... ¿Mito? ¿Realidad? No importa. Lo cierto es que la gente lo sigue venerando como si fuera un santo. El santo de los vivos y de los muertos...
Amante de las fiestas, en especial la de San Baltazar, el santo cambá (“mestizo”. según los guaraníes), era devoto de San La Muerte. Y cuenta la leyenda que no solo desertó del Ejército sino que su rebeldía lo llevó a conquistar a la mujer que pretendía un comisario. Esa "transgresión amorosa" -junto a otras actitudes delictivas- lo llevaron a su sentencia de muerte. "Con la sangre de un inocente se curará a otro inocente", le dijo al coronel Vázquez -su verdugo- antes de ser degollado por el militar.
Pero esta historia no es solo de milagros y de fe. También es una historia de sangre, de odio y de un crimen que sacudió a un país entero. En Cañuelas, en el santuario más famoso del Gauchito Gil, en el barrio Los Pozos, encontraron el cuerpo de Luis Alberto Romero. Apuñalado, atado y con un número "666" (El Diablo) dibujado con sangre. Un ritual satánico, dijeron algunos. Un ajuste de cuentas, afirmaron otros.
La verdad es que nunca se supo bien qué pasó. Un vecino, Hernán Celestino Colman, terminó preso por el crimen. Pero la gente nunca creyó del todo su culpabilidad. ¿Por qué? Porque en este país, cuando de milagros se trata, todo es posible. Y el Gauchito Gil, el santo de los vivos y los muertos, siempre tiene la última palabra.
"Cañuelas, un altar teñido de rojo"
Un santuario siempre ha sido un lugar donde la fe se mezcla con la esperanza. Un espacio donde la gente va a pedirle favores al Gauchito Gil. Un lugar de paz... Hasta que todo se volvió una pesadilla.
Era el lunes 27 de septiembre de 1999. En una precaria vivienda de Los Pozos, encontraron a Luis Alberto Romero, uno de los encargados de ese santuario, tirado en el suelo como un muñeco roto. Apuñalado, atado y con una escena que parecía sacada de una película de terror. Velas derretidas, botellas rotas y... un número "666" dibujado con sangre en la pared. ¡El número del diablo!
La policía llegó y se encontró con un verdadero espanto: huevos tirados por todos lados, una cuchilla de carnicería, objetos religiosos revueltos y un ambiente cargado de una oscura energía. ¿Fue un ritual satánico? ¿O un simple robo que se salió de control y terminó en el sangriento crimen?
La familia de Romero dijo que le habían robado un montón de cosas: un horno a microondas y una videocasetera, entre otros electrodomésticos. Y poco después, apareció un automóvil Ford Taunus cupé quemado, con algunas de esas pertenencias adentro, a cuatro cuadras del lugar del hecho y totalmente quemado. El coche era de la novia de un vecino, Hernán Colman, quien dijo que se lo habían robado. Pero la historia no cerraba...
Además, en la casa de Colman encontraron imágenes del Gauchito Gil. ¿Qué hacía un tipo como él con esas cosas? ¿Estaba metido en algún tipo de culto raro?
La Justicia tardó un montón de tiempo en actuar, pero al final, Colman terminó preso en 2006. El Tribunal Oral III de La Plata, integrado por los jueces Omar Pepe, Ernesto Domenech y Elba Demaría Massey, dio por probado que Colman fue el autor del crimen y lo condenaron a 18 años de prisión, pero muchos creen que no fue el único autor.
Dicen que hubo otro individuo, un amigo de Colman, que también estaba involucrado. Se trata de Guillermo Herrera, un hombre que iba a declarar como testigo y que vivía con Colman, quien fue detenido y los magistrados pidieron investigarlo ya que entendieron que una prueba lo comprometía en el asesinato. Era una botella de cerveza encontrada en la escena del crimen con sus huellas digitales.
Por aquellos años, la Justicia tenía vigente el famoso " 2 x 1" para estas penalidades y, como Colman llevaba más de 6 años encerrado, solo le quedaban menos de 5 más en el penal donde estuvo encarcelado.
El caso de Cañuelas quedó marcado como uno de los más extraños de la historia criminal argentina. Un lugar de fe convertido en una escena de horror. Y la preguntas siguen flotando en el aire: ¿Quién fue el verdadero culpable? ¿Un loco que quería realizar un ritual satánico? ¿O alguien que tenía una "vendetta" personal contra Romero?
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