Interés general Alejandro Fantino 04 de septiembre de 2022

La columna de Alejandro Fantino: "La enseñanza de mi abuelo Juan"

Tengo una biblioteca en mi casa. Es un mueble donde acomodo cosas que pertenecieron a mi familia. Por supuesto, tengo fotos y un embudo con el que mi papá le cargaba el combustible a los motores de las máquinas cosechadoras. Y ese embudo representa mucho para mí y para mi familia. Pero también, entre las cosas que guardo, hay una medallita a los 30 años de servicio de mi abuelo Juan Fantino en la fábrica Senor.

Mi abuelo fue jefe de la Sección de Chapas. Pasó 30 años de servicio en una máquina plegadora. Entonces, la fábrica le regaló una chapita, una insignia con su nombre y la referencia a ese servicio.
Y me puse a pensar lo que le dio mi abuelo a esa fábrica. Mi abuelo le dio la vida. Empezó a trabajar cuando tenía 20 años y se fue jubilado, con 40 años de servicio.

Y mi abuelo, sin saberlo, y no lo quiero dejar reflejado como un término marxista, estuvo alienado. Se alienó al trabajo. Dejó de ser él para ser parte de su máquina, para ser un horario, para venir todos los días en su bicicleta, salir a las 12, llegar a las 12 y cinco, almorzar 20 minutos y dormir una siesta porque a las 2 tenía que volver a entrar y había una sirena que le marcaba la salida. Y otra vez levantarse a las 6 para entrar a las 6 y media, jugando un partido a las bochas como única alegría de la semana.

Mi abuelo vivió así 40 años. De la fábrica a la casa y de la casa a la fábrica. Tenía un auto. Un Bergantín. También, una bicicleta. Jugaba a las bochas los fines de semana y esa fue su vida. Fábrica-casa, casa-fábrica.

Y me puse a pensar en el término alienación. Porque considero que en esta vida estamos todos alienados. O con un trabajo o con una forma de vida. Y voy a hablar de lo que es, para mí, la alienación espiritual, que para mí es mucho peor que la alienación material que podríamos tomarlo, en sí mismo, como un término marxista.

El término que quiero tomar es la alienación espiritual. En algún punto, en la ‘Fenomenología del Espíritu’, que es una obra clave de Georg Wilhelm Friedrich Hegel, un libro axial, dice que la alienación espiritual del hombre es la autoconciencia de una conciencia de un hombre infeliz. Esto es que la autoconciencia se eleva, sale de nuestro propio ser, se eleva por encima de nosotros y se da cuenta de la infelicidad que llevamos en el día a día. 

Puede ser por cualquier cosa. Porque no nos alcanza la plata, porque no tenemos un trabajo que nos haga felices, porque estamos permanentemente tratando de agradarle al otro, porque tenemos miedo, porque estamos pensando todo el tiempo cómo llegar a fin de mes e incluso, si llegamos a fin de mes, cómo va a ser nuestro trabajo el año que viene, qué va a pasar con nuestros hijos cuando sean grandes y cómo vamos a entrar a casa sin que nos asalten.

¿Cuál es el camino para no alienarse? 

Y ese camino, primero, es el de intentar perder el miedo. Lo viví hace unos días, cuando entrevisté a Pablo Mouche, un jugador que estuvo en Boca, en Banfield, pasó por Turquía y Colo, entre otros equipos. Y Mouche me dio una clase magistral de vivir ahora. Me contó que, durante muchos años, él pensó en el día después. En la plata que iba a ganar al año siguiente, cuando renovara el contrato; si estaba en un club pensaba que iba a jugar en la Selección y si estaba en la Selección, pensaba cuándo iba a jugar en Europa. Y así nunca conectaba con el aquí y el ahora. Y Mouche, en una nota que me dio en ESPN, me termina dando las llaves para salir de la alineación, lo que significa vivir el día, el ahora, el momento exacto en el que estás leyendo esta columna o en el que te vas a preparar un mate, el momento preciso en el que vas a salir a caminar, en el que vas a jugar con tu hijo o charlar con tu esposa.

El término que yo propongo, este término de alienación, tiene que ver con desacelerarse, con vivir la vida lentamente. Hay un libro que yo recomiendo: ‘Elogio de la lentitud’ de Carl Honoré. Y es, justamente, una forma de pararse de manos, de decirle “basta” a la aceleración que nos propone la vida, a dejar de vivir acelerando permanentemente las cosas y ser cada vez más rápido en lo de uno. Si tenés que mandar 5 mails en tu trabajo, mandás 7; si tenés que rendir 5 materias en un año, rendís 7; si tenés que producir tanto en tu trabajo, producir más y más rápido, esa velocidad es en la que estamos inmersos y que la sociedad y el mundo en el que vivimos nos obliga a llevarnos a mayores valores, es justamente lo que me enseñó Pablo Mouche como lección. Jamás pensé que Pablo Mouche me pudiera partir la cabeza. Mi abuelo vivió alienado. Seguramente fue un hombre feliz, pero pasó 40 años haciendo lo mismo.

Me pasa a mí en el día a día. Quiero que me vaya mejor, acelerando mis triunfos. Pero llegó el momento de ir más calmo, de disfrutar mis cositas, por más que sean pequeñas, como si fueran las últimas. Porque, como decía San Agustín, si me preguntan qué es el tiempo, no lo sé decir. Pero si no me lo preguntan, sí lo sé decir. 
De la misma manera que si me preguntan qué es ser feliz, no lo sé. Y si no me lo preguntás, sí lo sé. Porque creo que ser feliz es un día a día, conectándote con que estás haciendo en cada momento y no programarte para pensar más allá del hoy porque tal vez ni siquiera exista ese mañana.

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